La tendencia a olvidar

Parece que no tenemos remedio, aprendemos y cambiamos a mejor mucho menos de lo que podríamos

Durante el confinamiento, en entrevistas, me preguntaron si creía que aprenderíamos de lo que estaba sucediendo y de si se producirían cambios en los estilos de vida que se quedaran para siempre. Mi respuesta de entonces es la misma que ahora daría y la que, casi seguro, contestaré con el paso de años. Lo que decía, más o menos, era que, posiblemente, eso ocurriría a corto plazo, pero que a medio, y no digamos a largo plazo, sería más que improbable porque somos muy tendentes a olvidar y a no poner en práctica aquello que nos conviene para evitar esfuerzos o someternos a renuncias. Me basaba en el hecho del poco conocimiento que, en general, se tiene de las frecuentes epidemias que han asolado a los humanos. Poca gente, por ejemplo, es capaz de hacer un mínimo relato de la denominada, inapropiadamente, gripe española, en 1918, a pesar de que la misma se llevó por delante nada menos que entre los 50 o 100 millones de personas de todo el mundo, más que los habidos en cada una de las dos guerras mundiales. De otras, mucho menos, como la de fiebre amarilla que afectó a la zona del golfo de Cádiz, en 1800. ¿Acaso es que ahora seremos diferentes? Ojalá. Sin necesidad de ser adivino, podemos vaticinar que -aunque tal vez, inmediatamente no-, con una nueva epidemia se volverán a cometer los mismos errores, reproduciéndose los de épocas anteriores. Valga una referencia: Jean Delumeau, en su libro El miedo en Occidente, entre los siglos XIV y XVIII, dedica un capítulo al tema de la peste y cuenta cómo cuando aparecía el peligro de contagio, al principio, se intentaba no verlo y cita cómo era frecuente la negligencia de las autoridades para tomar medidas, que justificaban afirmando que no querían sembrar el pánico y en no perjudicar a la economía. Procuraban retardar al máximo el tiempo para dar la cara al problema. Tanto ellas como médicos forcejeaban consigo mismos para autoengañarse. ¿Les suena? ¿Se acuerdan de lo que manifestaban Pedro Sánchez y su portavoz médico Fernando Simón? ¡Claro que sí! ¿Y tienen en su memoria como se nos estimulaba a la fiesta? Pues como en el siglo XVII, cuando los magistrados de Metz, en Francia, ordenaron regocijos públicos durante una epidemia de peste. Podrían añadirse muchas cosas que también incluirían a los que no tenemos responsabilidades políticas. En fin, que no tenemos remedio, que aprendemos y cambiamos a mejor mucho menos de lo que podríamos. Aplicándolo a la política: por eso, nos gobiernan Sánchez e Iglesias.

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