Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La suplantación universal

La inteligencia artificial es un infinito melón por calar, una amenaza enorme del prodigio

Si el prodigio de internet ha transformado el mundo radicalmente, es decir, ha mutado las costumbres y la economía desde la raíz, la heredera que imperará más pronto que tarde -la inteligencia artificial (IA)- va a convertir en un mero instrumento y hasta en un artefacto tierno a la que dimos en llamar, líricos, "red de redes". Mi conocimiento técnico sobre IA no es siquiera básico; de hecho, soy un obrero no cualificado de internet, un usuario de tropa, y a mucha honra: el humanismo tecnológico es un afán contradictorio. Pero estar en el mundo es suficiente palanca para opinar saber que, por ejemplo, el nuevo engendro de nuestra especie en su vicio de emular a Dios "ha venido para quedarse", según la manida expresión multiusos.

El remedo perfecto del lenguaje humano -su pionera, ChatGPT- es sólo la apariencia del remedo de nuestro cerebro; es muy de la jerga lo de "redes neuronales", que no son sinápticas, sino artificiales. Estos y otros avances hacia no sabemos dónde nos harán prescindibles en casi todos los trabajos y actividades, ¿seremos más libres por ello? Eso se antoja tierno. El operador de telefonía remoto con acento criollo o árabe será pronto cosa del pasado, y por el mismo precio -el precio de la suplantación universal- estas herramientas de alcance global estarán a disposición de los malos: estafadores, terroristas, tiranos; canallas y perversos varios. No quisiera yo darle a usted el martes, pero no me resisto a reproducir una frase del hombre más rico del mundo, Elon Musk, el de los cohetes que explotan con todo éxito: "La IA podría causar la destrucción de la civilización". Él no para de invertir en IA.

¿Qué hacer? Una corriente de expertos que promueve una moratoria en la investigación en la materia. Un tiempo de respiro, de pararse a calibrar los riesgos de la soberanía maquinal. Podríamos decir que el proceso no tiene marcha atrás porque la especie humana nunca aprenderá. Pero, aunque sea con descreimiento, no lo olvidemos: no son las mujeres y los hombres los autodestructivos, lo son los malos (codicia, soberbia, envidia). Una terrible minoría para la que el humanismo, la democracia, la naturaleza, la ética, la belleza, el derecho o el mismo futuro son bazofia perdedora. La inteligencia artificial es un melón por calar, una amenaza enorme del prodigio. ¿Nos defenderemos? Por qué no pensar que sí. Tampoco queda otra, o nos ahorcarán a la fuerza, al tiempo que nos facilitan la vida los robots y nos pastorea el control absoluto de los yonquis del poder.

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