El sonido de la dignidad

Saben que les quedan muchas batallas, reales, públicas, plagas de conflictos, de precariedad

Igualdad, bonita palabra. La escucho como una muletilla en declaraciones de representantes políticos, en directivas de la Unión Europea, en propuestas educativas o en las brillantes introducciones del BOE en decisiones legislativas de impacto. La repite como un mantra la portavoz del Gobierno. El lenguaje moldea el pensamiento, ensancha los límites de las aspiraciones comunes. Pero algunas realidades no tienen ni siquiera una palabra, un sonido que las identifique, y menos aún que las dignifique.

Ocurre por ejemplo con las kellys, que han logrado que el nombre despectivo con el que se las designa pase a ser un reclamo orgulloso de una trayectoria de lucha. El grado de explotación de las camareras de piso es proporcional al de su invisibilidad: el cliente que se cruza con ellas por los pasillos del hotel no sabe que muchas cobran 2,5 euros por la habitación que acaban de dejarle limpia y ordenada, que su jornada de trabajo es de más de 8 horas, que su salario ni de lejos roza el sueldo mínimo. Volveremos a escuchar lo bien que ha ido este año el turismo, pero nadie se acordará del trabajo escondido que sostiene todo este tinglado. Ahora vuelven a la calle a gritar contra la esclavitud en pleno siglo XXI. A exigir que la palabra igualdad no sea pronunciada en vano.

Tampoco van a callarse las empleadas de hogar, las chicas, las muchachas, las criadas de toda la vida. Calientan motores para volver a exigir la anulación de la enmienda 6777 de los Presupuestos generales del Estado: una enmienda que retrasa hasta 2024 la equiparación de estas trabajadoras con el Régimen general de la Seguridad Social, inicialmente prevista para este año y firmada desde 2011. Llevan décadas peleando para que se les reconozca el derecho a paro, por ejemplo, y no están dispuestas a esperar más. Ni a que la palabra igualdad sea, una vez más, pronunciada en vano.

Mientras el lenguaje modela nuestro pensamiento, las mujeres no van a quedarse sentadas. Saben que les quedan muchas batallas, reales, públicas, plagas de conflictos, de precariedad y de sufrimiento. Saben que sostienen en sus espaldas doloridas el sistema de cuidados, las mágicas cifras de la economía. Saben que sin ellas se para el mundo. Y que mientras se escucha a diario hablar de igualdad, tan alto y con tanto énfasis, el sonido invisible de su resistencia es lo más parecido a la dignidad.

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