NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Es conocida la opinión que le merecía a Hannah Arendt la conducta del nazi Adolf Eichmann, juzgado en 1961en Israel. Arendt comprendió enseguida que se trataba de un tipo mediocre, carente de fanatismo. Siendo partícipe de la “solución final”, ni tan siquiera odiaba a los judíos. Era, eso sí, un burócrata eficiente, presto a obedecer toda orden superior. En tales condiciones, su culpa estribaba en haber renunciado al esfuerzo de distinguir el bien del mal.
El caso de Eichmann, un sujeto insensible, cerrado a cualquier reflexión crítica sobre lo que hacía, aun siendo extremo, puede ilustrarnos sobre lo que ocurre hoy en Occidente. Frente a tantas injusticias, la sociedad contemporánea se refugia en el silencio, en la renuncia a cualquier reacción digna. Y es que, como dijera Edmund Burke, “lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Justamente por ello, la inacción se convierte en una extensión del propio mal.
Hay, claro, factores que alientan esa actitud acrítica. El conformismo, por ejemplo, nuestra maldita facilidad para adaptarnos a circunstancias falsamente cómodas y seguras. También el desconocimiento. En el tiempo de la hiperinformación, pervive, alentada por la falta de curiosidad y hasta por el hartazgo, una ignorancia en absoluto inocente. Y por último, la noción de “mayoría silenciosa”, un concepto que a menudo actúa como catalizador para la perpetuación de comportamientos corruptos y desiguales.
Está sucediendo ahora y aquí. Soportamos numerosas aberraciones oficiales y son muy pocos los que se oponen a tanta iniquidad. Desde luego no los intelectuales. El poder, sin apenas queja, se entromete cada vez más en nuestra vida privada. Por esa vía se han cruzado líneas rojas que ponen en grave riesgo nuestro bienestar. La corrección política, la censura en el lenguaje, la polarización, los experimentos de ingeniería social, la desinformación interesada, han asentado una especie de banalización del mal que parece no incomodarnos. No estamos en la Alemania nazi. El precio de nuestra crítica (el insulto, el descrédito, el veto) es relativamente asumible. Y, sin embargo, rehuimos romper nuestro silencio. Olvidamos quizá que esto nos convierte en cómplices, en culpables al cabo, del desmoronamiento moral de nuestro mundo.
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