
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Saber irse
Quizás
Las ciudades durante el día son refugio de las rutinas, pero cuando llega la oscuridad y las estrellas se iluminan, lo cotidiano se transforma en especial. Como escribiera Pablo Neruda: “Solo en la noche podemos decir cómo es la Luna”. Por eso su oscuridad nos atrae tanto.
Pero no solo hay magia en las horas nocturnas. Hablemos de la ciudad a la que en los años sesenta había que acudir con flores en el pelo. La bahía con una cárcel de la que sólo Clint Eastwood pudo escapar. El lugar que entre cuestas y terremotos transformó nuestro mundo analógico en digital. La soleada ciudad siempre cubierta por una niebla gris y en la que nunca llueve, de la que Mark Twain dijo haber pasado en verano, el invierno más frío de su vida. Me refiero a San Francisco, a la belleza de su bahía a la que poetas, músicos y artistas de todas partes, peregrinaban en busca de que su carácter abierto, vanguardista y apasionado les inspirase. Ahora apenas queda algún turista poco informado, desconocedor de que, al llegar la noche, la antaño céntrica Unión Square se trasforma en un decorado propio de series como The Walking Dead o TheLast of Us, en el qué manadas de consumidores de fentanilo, el opioide sintético que se utiliza para tratar el dolor, pero que mezclado con otras drogas provoca adiciones peligrosísimas, buscan desesperadamente sustancias que les alivien de su condena. El espectáculo es dantesco, e impresiona que el akelarre transcurra donde hace poco se escuchaba gozoso el latido del corazón del Planeta.
Es cierto, aún no hay manadas de muertos vivientes transitando por nuestras calles. Pero si una madrugada de fin de semana pasea por cualquiera de nuestras ciudades, escuchará voces jóvenes ebrias que interrumpirán el silencio. Van en grupo, hablan a gritos y reclaman encontrar un lugar donde tomar la última copa. Y es allí donde les ofrecen las drogas, bebidas y sexo a cambio de dinero, que ellos aceptan bajo la promesa de convertir una noche divertida en una memorable. Estas costumbres que exculpamos al considerarlas comportamientos propios de cuando se es joven, son las semillas que estamos plantando para la cosecha que pronto nos echará de nuestras plazas.
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