Sánchez no decide

Yo te digo mi verdad

Nosé si Pedro Sánchez tiene que irse. Lo que es seguro es que no debe ser él quien lo decida. Tras el triste y rotundo escándalo protagonizado por Ábalos, Koldo y Cerdán, al presidente del Gobierno, responsable máximo del nombramiento de al menos dos de estos presuntos delincuentes, no le corresponde ya exigir que se le crea cuando dice que se enteró de los obscenos negocios del trío por la prensa. Son los españoles los que deben dictar si merece seguir dirigiendo el futuro del Estado, y eso sólo puede hacerse de una de las tres maneras previstas por la Constitución: o a través de los representantes democráticamente elegidos, presentando una moción de confianza, o por medio de una moción de censura en el Congreso, o mediante el voto de todos los españoles, en unas elecciones generales anticipadas.

La última de las opciones tendría, además la virtud de enseñarnos si el actual inquilino de la Moncloa sigue teniendo el respaldo de su partido como candidato, algo de lo que tenemos todo el derecho a dudar a la vista de los últimos acontecimientos y las reacciones subsiguientes.

Otra cosa es verdad: las evidencias salidas a la luz en este caso no deben prejuzgar los otros, mucho más dudosos, que rodean a Sánchez, como el que afecta a su propia esposa o señala de manera bastante asombrosa al fiscal general del Estado. Pero ni siquiera esto va a poder evitarlo el presidente, que tampoco está en muy buenas condiciones para defender su inocencia, porque simplemente ya da igual. Si él mismo no es capaz de ver la inmensa culpa que recae sobre su conciencia por haber puesto a tremendos sinvergüenzas en puestos de tanto poder...

Los que inevitablemente nos educamos en el cristianismo aprendimos bien que el perdón se puede obtener pero requiere al menos de tres cosas: del verdadero arrepentimiento, del reconocimiento de la culpa y, por supuesto, del cumplimiento de una penitencia. En este caso, el confesor no es otro que el pueblo, que puede poner la penitencia que considere adecuada. Y si esta es la pérdida del poder, al presidente que atesora, sin duda, otros logros, no le quedará más remedio que irse.

En estos momentos tan graves, sobramos tantos opinadores y se requiere de la presencia y la voz de los auténticos soberanos de todo esto: los votantes o sus representantes legítimos. Es también de esperar que si esta llamada a la soberanía nacional se produce, ya fuere con elecciones o con cuestión de confianza, todo el mundo aceptará después como válido su resultado, incluidos los más justa o teatralmente indignados. Estaría bien que, por una vez, fuéramos serios.

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