Estoy cansado, agotado, ansioso y hasta frustrado. Pero todo ok eh. Debo seguir produciendo, atendiendo llamadas, pagando impuestos y cumpliendo plazos de entrega porque la maquinaria no para, porque los trabajos deben salir, porque los clientes esperan sus encargos. Llevo semanas en el que el ruido me persigue. Ya no es un ruido interior, metafórico. Es un ruido en el puñetero oído. La contradicción es que estos días a cada persona que me pregunta "cómo estás" le digo que tengo salud, trabajo y amor. Siempre contesto "si me quejo es que soy un pedazo de…" seguido del insulto que se te ocurra (no seas demasiado cruel). Cuando no nos sentimos bien siempre intentamos acudir a las comparaciones con personas que pasan por situaciones peores que la nuestra. Veamos un ejemplo práctico.

Álvaro: vaya semana de trabajo llevo, no puedo más. Te lo digo, ¡no puedo más!

Cualquier persona cercana con el ánimo de ayudar: pero piensa que tienes trabajo, hay muchísimas personas que ahora se cambiarían por tu situación.

Te voy a decir una cosa a ti, cualquier persona cercana con el ánimo de ayudar. Tienes toda la razón. Pero ahora me siento aún peor. Odio con todas mis fuerzas el victimismo y a esa gente que busca excusas para todo. ¿Y ahora yo me quejo por tonterías? ¿Me estoy convirtiendo en aquello que odio? No sé si te has dado cuenta pero estoy usando mi columna en el periódico para desahogarme. La hora de escribir me ha pillado con ganas de explotar y el deadline se acerca mirándome con cara de asesino y recriminándome "no te va a dar tiempo, pero es que ni de coña, no te da tiempo". Así que nada, tiro para adelante con esto. Ahora, te digo una cosa. Se siente bien, como un rayo de luz que va calentando diferentes zonas de mi cuerpo. Vale, sí, esta semana he empezado a meditar. Te cuento cómo ha sido, pero antes una reflexión.

Desde pequeños nos enseñan matemáticas, lengua, literatura o historia. Aprendemos una profesión. Empezamos a producir más, más y más. Pero, quizás no le estemos dando a la productividad la importancia que se merece. Al hecho de organizar y planificar. Al momento de parar y pensar. A saber decir no. A aprender a desconectar y, sobre todo, a aprender a escuchar nuestra voz interior. ¿Las consecuencias? El agotamiento, estrés y frustración que pagamos con nosotros mismos, y lo peor, con la gente que más nos quiere. Me está pasando, por si no te has dado cuenta. Así que, ayudado por mi pareja, y tras varios ataques de risa después de escuchar a un hombre con acento latino decir frases como "observa cómo fluyen tus pensamientos a través de ti" o "conecta con tu cuerpo" he comenzado a meditar. Si estás pasando por una situación parecida, espero que mi caso te haya hecho pensar. Si no, nada, pues eso, que he empezado a meditar. ¡Nos vemos!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios