¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
El nuevo reino de Kubala se halla en un bosque escocés, cercano a la localidad de Jedburgh, y consta de tres individuos: la pareja real, procedente de África, y una súbdita fervorosa y joven originaria de Texas. La mayor peculiaridad de este reino es que sus integrantes se declaran descendientes de una tribu africana de judíos negros, y que las tierras que ocupan les pertenecen por derecho divino, lo cual no casa bien con el ordenamiento jurídico de las islas. Según parece, el reino de Kubala cuenta con bastantes seguidores en TikTok, quienes sufragan tanto la vida regalada de los monarcas, el rey Atehene y la reina Nandi, como la de la sierva Asnat, antes conocida como Kaura Taylor, joven ajedrecista de 22 años. Que esto ocurra en Escocia, en todo caso, no deja de proporcionar un aliciente irónico y revelador.
Por Hobsbawn sabemos de la impresionante y florida mixtificación histórica en que se funda el nacionalismo escocés. Una mixtificación que no difiere, en lo esencial, de la pintoresca mitología del reino de Kubala. O si nos venimos al solar hispano, de los mitos fundacionales de los nacionalismos periféricos, catalán y vasco, principalmente. El rey de Kubala habla de tribus, razas y destino manifiesto como si fuera un parigual de nuestros nacionalistas más conspicuos, desde Sabino Arana y Almirall, hasta Arzallus, Heribert Barrera y Joaquín Torra. Lo cual nos lleva a sospechar que, además vivir del aire vestido de hechicero, el rey Atehene es un fino y distinguido lector de Fichte. En Atehene, como en Fichte, el individuo ha dado paso a una entidad mayor, que lo impregna y lo desplaza todo: el pueblo (en su caso, la tribu). Y en consecuencia, es en nombre del pueblo como habrá de valorarse al individuo. En el reino de Kubala, suponemos que la pareja real es quien distingue si la sierva Asnat es una buena o mala súbdita. En los paraísos nacionalistas, el procedimiento no difiere. Recordemos aquella amarga queja de don Xavier Arzallus cuando veía peligrar las esencias patrias: “Prefiero un negro que hable euskera a un blanco que no lo hable”.
Lo cierto es que los derechos del individuo y la mística nacionalista suelen tomar caminos divergentes. Cómo no comprender, entonces, el designio divino que ampara al rey de Kubala, frente a la grosera avidez de los propietarios del bosque de Jedburgh.
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