Lo real

El hecho es que la realidad no se resigna a abandonarnos en nuestra ensoñación cibernética

Lo leíamos ayer en estas páginas. Según Forbes, el señor Musk ya no es la persona más rica del mundo, distinción que ha pasado a monsieur Bernard Arnault, dueño de Vuitton, Sephora, Tiffany y alguna cosilla más sin importancia. También se hallan en esa lista don Amancio Ortega y su hija, propietarios de Zara. Calculando a ojo, parece que el señor Arnault tiene unos 186.000 millones de dólares. Es decir, que aún nos faltan varios doblones de a cuarto para ponernos a nivel. Lo interesante, sin embargo, es la presencia de lo real, la emergencia de lo material que ello implica. El señor Musk -como el señor Bezos, etc.- ofrecen un sueño virtual en el que el hombre alcanza, o eso parece, una ingravidez ajena a las impertinencias del cuerpo. Pero el señor Arnault y el señor Ortega venden ropa y cosméticos. Esto es, venden aquello donde la materialidad se hace más patente y caducifolia: venden moda.

Durante la pandemia volvimos a comprobar la importancia y el peso de los hechos. Por ejemplo, en la ayuda que prestó al Gobierno, con su flota de aviones, el señor Ortega. O el decisivo papel que jugó, en la puntual distribución de alimentos, el señor Roig de Mercadona. No sé si alguien le ha dado las gracias a estas empresas en la medida correcta. Lo cierto es sus acciones fueron determinantes en una hora de angustia. Quiere decirse, entonces, que por mucho que el presidente Sánchez quiera exculpar al señor Junqueras, el relieve y la iniquidad de sus hechos seguirá intacta, proyectándose sobre el futuro. De igual forma, nuestros jóvenes apocalípticos, optimistas sin saberlo, ignoran la actividad sísmica y volcánica, el influjo solar y otros factores ajenos a nuestra voluntad, y lo fían todo al cese de la actividad del hombre, o del hombre mismo, para salvar el planeta. No sé si los dinosaurios estarían de acuerdo con ellos. El hecho, en cualquier caso, es que la realidad, "lo tan real, hoy lunes" que cantó Guillén, no se resigna a abandonarnos en nuestra ensoñación cibernética, y a veces se venga de nosotros, incluso generosamente.

Las recientes pruebas, realizadas con éxito, para una futura obtención de energía nuclear de fusión, sugieren que el mundo no se acaba con nuestros miedos. Hoy atravesamos una oscuridad trémula y barroca que acaso dure más de lo deseable. Pero el mundo es un continuo y misterioso rehacerse ("¡Datos, datos, datos! Yo no puedo fabricar ladrillos sin arcilla", gritaba Sherlock Holmes); y el mañana, en contra de lo que decía Ortega, es una bruma que aún no ha manifestado su forma, esperanzada o terrible.

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