
La colmena
Magdalena Trillo
Pájaras
El Malacate
Huelva/EN el último Consejo de Alcaldías celebrado hace unas semanas en la finca andevaleña Huerto Ramírez, muchos representantes municipales del interior de la provincia pusieron en común su preocupación por la grave amenaza de despoblación que sufren sus pueblos y aldeas. Se ha convertido en un mal endémico que sufren, especialmente, las comarcas del Andévalo y la Sierra junto a la Cuenca Minera. Hace muchos años que se nota esa sangría en el número de habitantes, y la pérdida sigue. Y sin freno en muchos casos.
El Condado y, más, la Costa, parecen librarse de ese problema: en los últimos años no han parado de crecer hasta concentrar más de tres cuartas partes de la población en la provincia. Los datos les favorecen. A priori. Aparentemente. Porque realmente deberían ser incluso mejores. De hecho, la propia capital no se libra tras retroceder y no haber sido capaz todavía de alcanzar los niveles previos a la crisis de 2008. Entonces se acercaba a la barrera de los 150.000 habitantes, que sigue teniendo como objetivo para elevar su estatus y sus posibilidades de mayor crecimiento, pese a que ya se le ha otorgado la categoría de ‘gran ciudad’. Otros municipios de los alrededores, salvo grandes excepciones, han desacelerado su ritmo de crecimiento más acentuado.
En cualquier caso, es cierto que, al margen de la capital, hay siete municipios que superan los 20.000 vecinos en la provincia. Ninguno de ellos llegaba a esa cifra hace 25 años. Como tampoco ninguno ha alcanzado los 30.000 todavía. En ello anda Lepe los últimos años a falta del empujón final. Todos ellos, además, como adelantamos, repartidos en el litoral y la campiña onubenses: Almonte, Moguer, Aljaraque, Isla Cristina, Ayamonte y Cartaya, por orden numérico, sin alcanzar 25.000, más Lepe y Huelva.
Fuera de este ámbito, hacia el interior, en Andévalo y Sierra, sólo Valverde del Camino supera los 10.000 habitantes, con alrededor de 12.600, los mismos de los últimos 30 años, en cifras en las que se mantiene rigurosamente estable. Y más arriba, sólo Aracena, único municipio que crece notablemente en la zona, y Nerva tienen una población por encima de las 5.000 personas. En el caso de ésta última, uno de los grandes núcleos históricos de prosperidad en la Cuenca Minera, muy raspado, tras perder más de 1.500 vecinos en los últimos 30 años.
Desde el progresivo cierre de las minas a mediados de los años 80, el declive económico fue notorio, con reflejo directo en la población del interior. La pérdida de oportunidades laborales conllevó una obligada marcha, una nueva emigración para buscar fuera lo que no se podía encontrar dentro. Y por ahora, los nuevos proyectos mineros que operan sólo han conseguido ralentizar, de momento, esa fuga, a espera de más actividad. Y aún así, seguramente, no bastará.
La radiografía de ese comportamiento demográfico tan acentuado geográficamente en la provincia no es casual. El turismo, la industria de nuevo en alza y una agricultura como gran sustento del empleo provincial, aun cíclico, están haciendo mucho. Incluso para que el descenso de la natalidad se compense con la llegada de extranjeros para aportar la mano de obra que el campo no encuentra entre los locales.
Pero esa mancha poblacional está muy directamente vinculada a las infraestructuras de la provincia. De comunicación, básicamente, de forma muy especial la A-49 y desde que ésta hace 25 años se extendió hasta Portugal. Así lo publicamos hace unas semanas en Huelva Información. Se ha notado en la costa occidental, alentada por factores turísticos que, inevitablemente se han beneficiado también de la autovía. Y en la zona oriental, en el Condado, sobre todo desde que se completara el trazado a Sevilla hace poco más de 30 años.
Otra cosa es lo que sucede hacia el norte. La gran columna vertebral en las comunicaciones es la carretera N-435, que ha salvado los muebles en Valverde y poco más. La comunicación sigue siendo muy mala en el interior. Y peligrosa, como desgraciadamente se comprobó en un fatal accidente hace dos semanas que costó la vida a dos valverdeños, precisamente. Es inevitable, por tanto, que se insista en reclamar el desdoble de esa vía fundamental para la provincia más alejada del mundo. Una autovía, como esa A-49 que empezó a abrir Huelva al exterior como se espera que también lo haga el AVE que está en marcha, y que debe ayudar también a tirar del interior.
Para hacer bueno ese proyecto de alta velocidad también para esa media provincia olvidada está la parada proyectada en La Palma del Condado, que será la puerta al exterior para los pueblos del norte sólo si está bien comunicada previamente por carretera. Y con una variante para salvar el casco urbano palmerino no bastará.
En muy pocos meses, este mismo año, reabrirá el tren de Zafra, otro medio vital para inyectar vida al interior. Lo hará (y así se promete) en condiciones claramente mejoradas, acortando tiempos y mejorando calidad de viaje, como siempre se ha demandado. Así se abrirán más alternativas para el territorio que atraviesa. Como debería hacerlo la A-495, entre Gibraleón y Rosal de la Frontera, gran olvidada que merece más atención con mejoras de seguridad y prepararla para un flujo de tráfico que aspira a multiplicarse con los nuevos proyectos mineros en camino.
Todo está relacionado: economía y empleo, infraestructuras y población. Todo está relacionado entre sí y son elementos fundamentales para el éxito, que pasa por la supervivencia, primero, y el crecimiento, después. Si no llegan esas carreteras, esos trenes, esas nuevas dotaciones para acercar el interior, los pueblos de Huelva se mueren. Ya están muriendo algunos de ellos, en situación crítica, casi. Hay que preparar el terreno par las oportunidades. Y que esas vías de comunicación sean para entrada, no para salida. No nos olvidemos de esa Huelva, que es nuestra. Somos todos nosotros.
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