Surcos nuevos

Jaime De Vicente Núñez

El preso número nueve

24 de mayo 2016 - 01:00

HACÍA muchos años que no la oía y ahora sonaba, desbordante de sentimiento, cantada por María Dolores Pradera: El preso número nueve. Desde los años 60 también le prestaron su voz otras extraordinarias artistas, como la reivindicativa Joan Báez, la desgarrada Chavela Vargas o la temperamental Nati Mistral. Escuchaba la letra de la canción y permanecía atento a ella, como si la oyera por primera vez. En esencia, se trata de la confesión de un preso que va a ser ajusticiado por haber matado a su mujer y a un amigo desleal. A juzgar por sus palabras, no existió el arrepentimiento que podía haber atenuado la pena: "Los maté, sí señor/ y si vuelvo a nacer/ yo los vuelvo a matar". Lo que los jueces no perdonaron, parece ser comprendido por el compositor, el gran Roberto Cantoral: "Al mirar a su amor/ en brazos de su rival/ sintió en el pecho un dolor/ y no se pudo aguantar". Y hasta parece solidarizarse con él, por la calificación que le merece: "Era un hombre muy cabal"; es decir, "excelente en su clase, completo, perfecto", según el DRAE.

Sorprende esta rotunda muestra de machismo extremo a la luz de la sensibilidad, acentuada en el siglo XXI, que suscita la violencia de género, coincidiendo con la importancia que va adquiriendo la opinión de la mujer, conquistada sobre todo por el tesón de un número cada vez mayor de ellas, conscientes de sus derechos respecto a la otra mitad de la humanidad, hasta ahora, todavía ahora, predominante.

Pero lo cierto es que la percepción del macho de que la mujer es un objeto de su exclusiva propiedad produce aún hoy víctimas mortales, superando cada año la media de un crimen semanal y sin que los progresos en la erradicación de esta lacra estén siendo significativos (compárense los 68 asesinatos de 2009 con los 64 de 2015). La magnitud de estas cifras adquiere especial significado comparada con otra estadística trágica: los crímenes de ETA. En los 36 años transcurridos desde la muerte de Franco hasta que los terroristas anunciaron en 2011 el cese de la "actividad armada", mataron a 829 personas; o sea, una media de 23 por año. Está sobradamente justificada la alarma por una situación, en la que las mujeres asesinadas son sólo la punta del iceberg de decenas de miles de historias de vejaciones continuadas, que permanecen ocultas en la intimidad de los hogares. Hasta aquí, los hechos innegables, pero ¿dónde están la soluciones?

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