
La esquina
José Aguilar
Por qué no acaba la corrupción
¡Oh, Fabio!
No se comprende cómo los periodistas que ayer acudieron a Ferraz no le dedicaron una ovación cerrada a Pedro Sánchez al terminar su intervención. Acababan de presenciar el que sin duda será el mejor espectáculo de sus vidas y se quedaron allí congelados, como pasmarotes, viendo en silencio el mutis por el foro del incomprensiblemente todavía presidente del Gobierno. Sánchez es un actor shakesperiano de la altura de sir Laurence Olivier, capaz de captar todos los matices del poder y la traición. Apareció con rictus de viuda y verbo doliente, vestido de oscuro como una heroína lorquiana, pidiendo perdón a la ciudadanía por haberse enterado por la prensa de que su entorno más cercano estaba infectado por la corrupción. Después procedió a sacrificar ritualmente a Santos Cerdán con una frialdad y una crueldad que las lágrimas de cocodrilo no pudieron ocultar: “Nunca debimos confiar en él” (obsérvese el uso del plural para aliviar su responsabilidad). Bravísimo.
Santos Cerdán es historia y sus despojos ya son alimento para los picolos de la UCO y la prensa perruna. Después vendrán los fachas de los jueces. Que el el que arrastró la dignidad de la democracia española delante de Puigdemont haya acabado de una forma tan cruel, como un vulgar chorizo y traicionado por su compañero y jefe, demuestra que la justicia poética existe. Gaudeamus igitur. Ahora bien, ¿es posible creer que Sánchez no sabía nada de las corruptelas de sus dos secretarios de Organización? ¿A dónde han ido a parar esos 620.000 euros en mordidas que la UCO cree que Cerdán “gestionó”? ¿Sólo a pilinguis y paradores nacionales? Hay que ser un bendito para no pensar mal del todavía presidente del Gobierno, un hombre bajo sospecha al que se le está acabando su proverbial baraka. Bienvenidos al caso Sánchez.
¿Por qué Sánchez no acabó ayer con todo y dimitió? ¿Por qué prefirió pasar por tonto? ¿Por qué se aferra al poder de esa manera? ¿Por qué sigue alimentando la ficción de que puede continuar en la Moncloa como si nada hubiese pasado? Quizás porque aún cree en su horrible palabra talismán, “resiliencia”; quizás porque solo le queda el camino de la huida hacia adelante; o quizás porque no le dejan. Demasiada gente viviendo de su teta doliente: socialistas, indepes, radicales de izquierda.... Saben que el día que Sánchez se vaya se acabó la buena vida.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
Por qué no acaba la corrupción
Postdata
Rafael Padilla
Pocos, pero demasiados
Las dos orillas
José Joaquín León
Pedir perdón
El microscopio
Muerte en las calles