¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Puede que en lo de poner fotos fiables en las tiendas online no sean grandes especialistas, pero para los nombres bonitos en el calendario, los chinos son los mejores. Que si el año de la Serpiente, que si un mes dedicado al Despertar de los insectos… esas cosas. Este gusto poético para contar el tiempo también lo tienen para señalar los periodos históricos. Por ejemplo, lo que aquí llamamos Edad Antigua, que ya hay que ser simple, allí lo dividen en dos y los han bautizado como el periodo de Primaveras y Otoños y el de los Reinos Combatientes, que no me dirán que no es pura poesía épica eso.
Precisamente en el primero de esos periodos, situado en el entorno de los siglos VI y V a.C -en pleno esplendor y posterior ocaso de nuestro Tarteso- se escribió uno de los libros más influyentes de la historia de la humanidad: El arte de la guerra, de Sun Tzu, que aunque fue concebido como un tratado militar ha terminado revelándose como manual de referencia no solo para cuestiones bélicas, sino también para la política, la filosofía, los negocios y hasta el deporte o el desarrollo personal. El librito dice muchas cosas, todas interesantes y plenamente aplicables a nuestro tiempo (salvando la impropia costumbre de ir degollando enemigos, claro), pero hay una en concreto que, para mi gusto, es la base de todo el tratado: la importancia de planificar las cosas. El primer capítulo, de hecho, se titula Shi Jì, que viene a significar algo así como Cálculos previos, y básicamente dice que antes de empezar cualquier guerra es necesario anticiparse, calcular pros y contras y diseñar un plan que contemple todas las posibilidades. “Las victorias se consiguen antes de librar la batalla”, decía Sun Tzu, y hay que reconocerle al hombre que no le faltaba razón.
A estas alturas todos sabemos que hacer las cosas al tuntún, en la guerra y en todo lo demás, no suele traer nunca nada bueno, y me da a mí que en el Ayuntamiento de Huelva andan últimamente así, al tuntún, o al menos esa es la impresión que te llevas a nada que des una vueltecita por la ciudad y empieces a verte en situaciones tan disparatadas como tener que cruzar un desolado páramo en el otrora verde Parque de Zafra, encontrarte un lavadero de ropa en plena Fuente Vieja, tropezar con un montón de bicicletas azules desparramadas por la acera o tratar de adivinar la arquitectura de un aljibe del siglo XVI a través de un metacrilato que está pidiendo a gritos un buen restregón de Vitroclen. A lo mejor es que por la Gran Vía van todavía un poco despistados con tanto verano y tanta fiesta, que ya saben que en esas cosas uno se relaja y se despreocupa, pero yo de ellos me andaría con cuidado porque, a nada que te despistes, te entra un flanco por la izquierda, incluso por la derecha, y te gana la batalla. Palabra de Sun Tzu.
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