Confabulario
Manuel Gregorio González
Lotería y nacimientos
EL título de hoy es el de una película de 1960, de muy estimable consideración, como todas las dirigidas por John Huston. Un western con indios protagonizada por dos populares figuras de la interpretación de aquellos tiempos: Burt Lancaster y Audrey Hepburn, adorados por muchos espectadores de la época por distintos motivos. Me sirve para esta vorágine electoral que vivimos donde tantos disparates se dicen y se oyen y que realmente resultan imperdonables. Entre ellos esas promesas que en este trance ante los inmediatos comicios, según dijo un eximio alcalde de la época, al que algunos, ¡todavía!, recuerdan con nostalgia, "se hacen para no cumplirlas". Lo diga quien lo diga es una falacia. Distinto es que las circunstancias económicas del país, y tenemos el ejemplo bien patente, impidan ponerlas en práctica.
Pero en tan comprometida coyuntura lo que no se puede perdonar es que un candidato a la presidencia del gobierno, mienta o cometa errores inaceptables. Falta a la verdad el líder de Podemos cuando trata de imponer un referéndum para Cataluña si sabe que la ley no se lo permite. Y es también una injustificable equivocación la que cometió en el famoso debate a cuatro cuando esgrimió un argumento histórico exento de todo rigor, afirmando que Andalucía se había autodeterminado -digámoslo con la expresión más efusiva- en 1977. Tal falsedad, que sus interlocutores no supieron rebatir de inmediato y el presentador trató de corregir erróneamente, si es imperdonable en un profesor universitario lo es mucho más en un aspirante a convertirse en presidente del Gobierno de España. Y no es el primero de sus errores y sus embelecos que suelen adornar sus soporíferos sermones, por los que jamás pide disculpas. Porque además de adulterar la historia de Andalucía es otro brindis por el independentismo.
Pero así va esta exasperante campaña electoral que nos tiene al borde de un ataque de nervios y no acierta a iluminar a los todavía numerosos indecisos (que esa es otra a estas alturas). No podemos convertir la política en una continua controversia por intereses personales y de partidos en lugar de un ejercicio en beneficio de los ciudadanos. La constante satanización del adversario político en el discurso de algunos, con el insulto, la difamación y la calumnia, habla de sus limitaciones políticas, de su falta de propuestas y de su sectarismo incurable. Los rostros de lo que llamamos las nuevas políticas no siempre expresan su pretendida reparación de los agravios de otro tiempo sino que inciden en el rencor y en el revanchismo a cualquier precio. Aparte de los demócratas de toda la vida, dicen, hora es ya de que muchos se enteren de que llevamos casi 40 años en democracia. Porque parece que la están inventando cada día.
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