Inicio el artículo de hoy con una frase del matemático francés Pierre León Boutroux: "… La lógica es invencible, porque para combatirla es necesario utilizar la lógica misma…".

Aún a riesgo de defraudar a propios y a extraños y abusando de la anuencia del lector utilizaré, tal vez por deformación profesional, algunas ideas de los fundamentos de la matemática para intentar comprender la situación política actual.

La actividad más profunda de la matemática del pasado siglo XX, con gran diferencia sobre las demás, ha sido la investigación sobre sus propios fundamentos. Existieron varias circunstancias que convergieron para ponerlos en primera línea de debate a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Una de ellas, y tal vez la más importante, fue el descubrimiento de las contradicciones, denominadas en términos de eufemismo, paradojas (en diferentes áreas de conocimiento de la matemática). Si atendemos a la definición de paradoja podemos encontrar: a) idea o afirmación en apariencia extraña y que se opone a la opinión general; b) afirmación inverosímil que se expone con apariencias de real; b) figura retórica que consiste en relacionar expresiones o frases en apariencia contradictorias (Famosa frase: "vivo sin vivir en mí").

En realidad, la palabra paradoja es ambigua e inadecuada en términos matemáticos porque parece que estuviésemos refiriéndonos a una contradicción solo aparente, mientras que lo que habían descubierto los matemáticos eran evidentes, incuestionables e indiscutibles.

Bertrand Arthur William Russell, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1950, filósofo, matemático, lógico y escritor británico, popularizó la paradoja del barbero (por razones obvias omito su expresión en términos de lógica de primer orden). Dice: "En un lejano poblado de un antiguo emirato había un barbero llamado As-Samet. Un día el emir se dio cuenta que no había suficiente número de barberos en su emirato, y ordenó que los barberos solo afeitaran a aquellas personas que no pudieran afeitarse a sí mismo. Y así mismo por demostrar que podía imponer su voluntad y mostrar así su poder, impuso la norma de que todo el mundo se afeitase. Cierto día el emir llamó a As-Samet para que lo afeitara y él le contó su verdadera inquietud, ansiedad e incluso desesperación: En mi pueblo soy el único barbero, y según su orden, no puedo afeitar al barbero de mi pueblo, ¡que soy yo!, ya que, si lo hago, entonces puedo afeitarme a mí mismo, por lo tanto ¡no debería afeitarme! Pues desobedecería el edicto publicado con vuestra orden. Pero, si por el contrario no me afeito, entonces algún barbero debería afeitarme, ¡pero como yo soy el único barbero de allí!, no puedo hacerlo y también así desobedecería a vos mi señor". Evidentemente el pobre barbero se encontró en un gran escollo o engorro, pero su argumento tan profundo convenció al Emir que lo premió con la mano de la más virtuosa de sus hijas.

Existe otra paradoja expresada en 1905 por Jules Richard, matemático francés, conocida como la paradoja de Richard, en términos de palabras, por Kurt Grelling y Leonard Nelson así: "…Algunas palabras (adjetivos) se describen o aplican así mismas y otras no. Por ejemplo, en categoría gramatical, la palabra es polisílaba; es corta. En cambio, la palabra monosílaba no es monosílaba y larga no es larga. Si llamamos a todas aquellas que se aplican a sí mismas autológicas, y a las que no se aplican a sí mismas heterológicas, se tendrá que es heterológica si no tiene la propiedad Y. Si lo aplicamos ahora a la palabra heterológica sustituyéndola por la Y, conferimos que heterológica es heterológica si heterológica no es heterológica…"

La causa de todas las paradojas, siguiendo a Russell y Whitehead, radica en la definición de un objeto en términos de una clase que contiene como elemento al objeto que está definiendo.

En términos políticos, en nuestro país, es innegable que ha habido importantes aportaciones en los últimos años, ¿a costa de quién?, pero no es menos cierto que el ciudadano de a pie está harto de estar harto de pagar el pato permanentemente. Por ello, me pregunto, ¿se podría trasladar la idea citada ut-supra a la situación de la política española? Recuerde el lector: "…. no podría dormir tranquilo como el resto de los españoles si entrara en el gobierno …." ¿Y ahora?

Dejo al lector colocar, en su sitio, e imaginar quien es el barbero o los barberos que afeitarán a los que no pueden afeitarse así mismo. Lo que está claro que la ciudadanía no debería seguir creyendo en aquellos que, ¿cumplen? y no cumplen (al mismo tiempo) con promesas, la mayoría de ellas sin éxito y que no llegan a buen término. ¡A las pruebas nos debemos remitir: léase Huelva, Jaén, Teruel...!

De ahí el nihilismo en el que se encuentran, nos encontramos, muchos jóvenes y menos jóvenes, a la hora de ¿comprender? la manera de hacer política los actuales gobernantes, salvando honrosas excepciones.

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