Un país feliz

En ese país feliz había pocos pedagogos, muy pocos sociólogos, casi ningún psicólogo y apenas existían los politólogos

Había una vez un país feliz, muy feliz. La clase política era honesta, generosa, íntegra y sólo se preocupaba por la concordia civil y el bien común. La corrupción era un fenómeno casi desconocido del que sólo los muy viejos tenían recuerdos, por lo general ya muy vagos. La economía era próspera: prácticamente no existía el desempleo y los jóvenes encontraban fácilmente una vivienda confortable y a precios muy razonables (el Estado llevaba años dedicado a construir viviendas sociales). Los trabajadores cobraban salarios decentes y los empresarios podían llevar a cabo su actividad sin ser hostigados por los burócratas al servicio del gobierno. De hecho, en ese país feliz nadie estaba al servicio del gobierno. La sociedad civil lo era todo y el Estado se limitaba a cubrir los servicios sociales indispensables: la Sanidad, la Educación y la Justicia, que funcionaban de forma ejemplar.

En ese país había pocos funcionarios, todos eficientes y bien pagados. Los maestros y profesores se reclutaban entre los mejores profesionales salidos de las aulas: para contratarlos se valoraba especialmente su amor a la lectura, su imaginación, su empatía y su sentido del humor. Y por supuesto, los aspirantes a profesores debían demostrar un vasto arsenal de conocimientos (el examen de entrada a la carrera docente era muy difícil, pero aprobarlo era un orgullo muy valorado por toda la población). Por si hace al caso, convendría recordar que en ese país feliz había pocos pedagogos, muy pocos sociólogos, casi ningún psicólogo y apenas existían los politólogos, salvo en casos de desajuste mental.

Por lo demás, en ese país no había una grave sequía que pusiera en peligro la agricultura y el abastecimiento urbano. Las pensiones -generosas y abundantes- estaban garantizadas como mínimo hasta el año 2080 gracias a un ambicioso plan de ahorro público. La delincuencia apenas existía y no había ni una sola provincia, sobre todo en el sur del país, que estuviera en manos de los narcos y sus tramas mafiosas. De hecho, la misma palabra narco sólo aparecía en las teleseries de Netflix. Se cometían pocos delitos. Y la gente era muy feliz, tanto que perdía el tiempo contemplando las divertidas mociones de censura que se escenificaban cada cierto tiempo en el Parlamento para entretener el plácido reposo de la población.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios