NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Cuando en la amanecida del pasado día 9 escuché la noticia sobre el esperanzador y esperemos que firme acuerdo de paz en el conflicto palestino-israelí, aún me resonaban las carcajadas -no es la primera vez- en el Congreso ante la “bontade” del señor Sánchez, reflejo rotundo de un sentido de impunidad producto de un desorden disociativo muy propio del autoritarismo, como corresponde, inherente a los déficits conceptuales democráticos, pues sabido es que en los “verdugos” se producen, a veces, ensoñaciones que les convierten en teóricas victimas.
Y es que esa autoinmunidad pretendida se acrecienta en entornos afines -grupo parlamentario públicamente animoso- y decrece, hasta el punto de plantearse cinco días de “reflexión” cuando los ritmos calculados se deterioran, aparecen las dudas y el supuesto poderoso se debilita, recurre a los artificios estéticos básicos, le aparecen sensaciones victimistas impostadas: “estoy bien, no he comido…” y acentúa su arraigo a la práctica de la mentira con fines estrictamente populistas con objeto de obtener un rédito político suficiente en una tendencia que reafirma la teoría de Jonathan Swift de que “mentirle al pueblo, con fines políticos, para su propio bien es un arte con reglas muy definidas”.
Pues bien, Sánchez, en este terreno es un gran artista que se prodiga continuamente, lo que unido a su criterio de impunidad personal le lleva a cometer errores básicos en la gestión cotidiana de su cargo porque, además, su verdadera obsesión es el Poder y no el servicio a los ciudadanos y la sociedad en general.
Para ello, utiliza la colonización institucional, al final serán más poderosas que él, -salvo que “entierre” la democracia- y públicamente lo adorna con frases lapidarias como la reciente de “ánimo, Alberto” cual estrambote exaltador de sus seguidores, capaces de hacer afirmaciones como la de su alter ego ZP: “...tenemos un Gobierno demasiado humilde, estamos en el mejor momento de nuestra historia…”
Naturalmente, ante estas cosas hay que comprender, que no aceptar el seguidismo de Swift, cuando en las comparecencias de control esquiva con descaro las preguntas e inventa las respuestas.
“Sé fuerte, Luis” dijo uno que salió del Gobierno; mucho cuidado, pues, con animar al adversario.
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