Doy por hecho que para otros coleccionistas el hecho de atesorar obras de arte puede llegar a ser una profesión, pero estoy convencido de que para la inmensa mayoría de los que nos hemos dejado llevar por esta pulsión emocional tan difícil de controlar, antes y por encima de todo lo demás, el coleccionismo es una verdadera obsesión, al menos cuando se tienen recursos económicos muy limitados conjugados con una ilimitada capacidad para enamorarse de obras concebidas por otros creadores, tanto de los que están muy cercanos a mis registros personales, como de los que crean en mis antípodas.

Y aunque para mí no sea un episodio muy grato de recordar, lo cierto y verdadero es que con el paso del tiempo he llegado a convencerme de que fue la ruina de mi familia, más de medio siglo atrás, cuando yo todavía era un adolescente, el resorte que encendió y puso en marcha todos los motores de este desmedido afán de posesión, que ha ido creciendo al compás de los años hasta convertirse en toda una razón de vida que le ha ido aportando a mi existencia argumentos de peso para seguir pisando la dudosa luz del día.

Puesto que mi pasión coleccionista se inició sin una voluntad clara para serlo, y durante años no tuve necesidad de buscar unos parámetros que le pusieran límites a este empeño, una buena parte de las obras que integran la Colección Olontia están directamente vinculadas a la generación de los años 80, que es la mía, como Quico Rivas dejó bien fijado en el texto de presentación de Entre dos mundos, mi primera exposición retrospectiva, en 2005: "uno de los pintores andaluces imprescindibles de su generación -la de los años 80-, posiblemente la última generación de artistas para los que la pintura ocupa un papel central". Pero, por lo mucho que tiene de incontrolable esta obsesión, se fue desbordando hacia algunos otros artistas de generaciones anteriores, y también hacia los más jóvenes, porque creo que es necesario asumir riesgos gozosos en esos márgenes naturales, para así entender tanto el río de mi vida, como también el de mis coetáneos.

Y dado que mi primer contacto con una gran ciudad, y con el arte, tuvo lugar en Sevilla, cuando mis padres decidieron internarme allí cuando tan sólo tenía 9 años a fin de continuar mis estudios primarios, para mí fue un enorme placer, y un motivo de orgullo, haber firmado ayer tarde con el alcalde hispalense, Antonio Muñoz, un protocolo de intenciones para ceder buena parte de esta colección que atesoré a lo largo de cuatro décadas, para que todos los sevillanos, y los visitantes, puedan disfrutar de esta mirada sobre el arte de nuestro tiempo, que es la mía.

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