Cuando hace años llegaron a nuestras manos los libros futuristas como Un mundo feliz de Aldous Huxley, o 1984 de George Orwell o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, después de asombrarnos, de sentir esa inquietud presente y real, nos decíamos: ¡Queda tan lejos! Pero nos estábamos engañando a nosotros porque ese tiempo futuro habita en nuestro presente. Que esas barbaridades que leíamos nos resultaran lejanas era comprensible, la velocidad tecnológica y la evolución de los dispositivos nos han llevado a una situación incontrolable.

Y digo incontrolable a pesar de que estamos controlados, completamente manipulados y adoctrinados para conseguir unos objetivos premeditados y con una hoja de ruta establecida. Hace años, al igual que se avanzaba tecnológicamente, se establecieron unos parámetros que determinaban que el ser humano debía de dejar de ser ser para convertirse en objeto. Y así el sujeto dio paso al objeto. Da la impresión de que nos están vaciando por dentro, que nuestras capacidades se van encontrando mermadas y nuestra disciplina atiende exclusivamente a esa tecnología en continuo avance y a unos intereses establecidos. Apenas se lee, los libros ya ni se utilizan para decorar un mueble bar, los jóvenes se han apartado del libro para acercarse a la imagen ficticia de unas redes que engloban mentira, que desarrollan la ira, la envidia, el insulto, la disconformidad con algo o con alguien que no han conocido nunca pero que siempre está presente por error o por manipulación. No se lee, pero tampoco se piensa, todo aquello que nos acerque al pensamiento se aparta y se critica, hemos abandonado la disciplina y las obligaciones, somos un cigarro que se consume en un cenicero y que no tomamos entre nuestros dedos. Nos estamos vaciando de contenidos, de trabajo, de responsabilidad. Escribía Michel de Montaigne: "No existen ya acciones virtuosas, y aquellas que lo parecen no lo son en esencia; pues el interés, la gloria, el temor, la costumbre y otras razones parecidas, ajenas a la virtud, nos empujan a realizarlas".

Ahora saben lo que comemos, nuestros gustos, nuestros regalos, nuestros deseos, conocen hasta por donde deambulamos, nuestros paseos, nuestros viajes, nuestras decisiones. Jamás los algoritmos matemáticos habían llegado tan lejos. Solo nos salva el lenguaje, su madurez debe ir acompaña de madurez de espíritu, de madurez de obligaciones. Precisamos de madurez, necesitamos la palabra más que nunca, pero la palabra universal, la palabra pasada y futura que será siempre la palabra presente. Alejémonos de la insensatez, de la mentira. Ganaremos verdad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios