¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
No son buenos tiempos para el periodismo. A tenor de algunas opiniones escuchadas en el Juicio al fiscal General del Estado, el hecho de que los periodistas tengan derecho a acogerse al secreto profesional, quita validez a sus opiniones. El jefe de Gabinete de la presidenta de Madrid, tras ofrecer versiones contrapuestas de los hechos que se juzgaban y admitir sus falsedades, se exculpó porque “era periodista y no notario”. Es decir, que la profesión que a lo largo de la historia ha jugado el papel clave en la formación de la opinión pública, la denuncia de injusticias y la protección de la libertad de expresión, no pasa ya por decir la verdad y carece de valor alguno. Qué lejos quedan los tiempos en que Joseph Pulitzer dijera que: “sin el debate de ideas que genera el periodismo, no hay democracia”. Bob Woodward y Carl Bernstein parecen hoy en día personajes de ficción de una película viejuna. Las preguntas incisivas que antes hacían periodistas contrastados, guiados por la curiosidad, ahora las hacen con respuesta previa incluida, profesionales del entretenimiento subidos a sus púlpitos, de quienes conocemos ya sobradamente sus opiniones y el lado de la mesa que ocupan pase lo que pase. Por lo que ya no se investiga, no se contrastan las fuentes, solo se vocifera y repiten los eslóganes y cánticos de cada afición dirigidos a su equipo.
La ética profesional está superada merced a las nuevas tecnologías por la inmediatez y la necesidad de disponer de primicias es superior a la antigua exigencia de ser veraz y creíble. Ahora se trata de no ser nunca el segundo, puesto que éste es el primero en perder. Que lo que se diga sea verdad o no, carece de importancia. Lo primordial es que el espectáculo continúe.
Recientemente se ha estrenado una serie titulada The Paper. Es una adaptación de la extraordinaria comedia que fue The Office, sólo que trasladada a un periódico local del medio oeste norteamericano. En la careta de presentación se muestran diferentes usos que de los periódicos hacen sus potenciales lectores. Sirven para envolver alimentos, resguardarse del sol o para recoger los excrementos de los animales de compañía. En esta coyuntura defender un periodismo de calidad es esencial si queremos que la democracia también lo sea, porque ambas dependen la una de la otra. Mantener al público bien informado garantiza una sociedad libre. Y esa es tarea de periodistas, no de notarios.
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