Surcos nuevos

Jaime De Vicente Núñez

Un niño con preciosos ojos azules

11 de marzo 2014 - 01:00

ERA un niño de un metro veinte de edad y siete años de altura que jugaba en su cuarto con aviones de madera. Un buen día dobló la esquina de su calle y encontró a una niña que jugaba con un par de canicas del color del ébano, perfectamente pulidas. Estaba dispuesta a dárselas a cambio de sus preciosos ojos azules. Pero el niño temió perder la vista y sólo aceptó entregarle uno de ellos, recibiendo en su lugar una brillante canica. Y así se hizo el trato. Cerrando su ojo azul, a través de la canica, el niño pudo ver cosas que jamás había imaginado: cómo crecían sombras oscuras bajo su cama y cómo sus aviones de juguete lanzaban bombas por los aires; vio el mundo en tonalidades grises y sintió que se aceleraba hasta el punto de marearle. Se dio cuenta de que no existen hombres buenos, tan solo alguno inocente; de que el amor es una máscara del egoísmo y de que el domingo no es más que la premonición del lunes. Supo que las cosas bonitas son inventadas y permanecen escondidas, y las feas pasean a la luz del día. Aprendió a llorar hacia fuera y gritar hacia dentro. Empezó a entender el mundo y sus leyes, a clasificar los monstruos que dominan la humanidad, diferenciándolos por el número de tentáculos o la viscosidad de su ponzoña. Recordó entonces cómo era la preciosa visión a color de sus ojos azules, que ciertamente le exponía sin ninguna clase de filtro a todos los peligros que le rodeaban, que le hacía sentarse al lado del monstruo y compartir con él sus chocolatinas. Pero al mismo tiempo echó de menos los abrazos y las sonrisas, los cielos sin nubes, el color y el aroma de las flores que estallan en primavera. Entonces abrió ambos ojos, de un azul purísimo uno y negro azabache el otro, para ver que en el mundo coexistían la luz y la sombra, la abnegación y la perversidad, el gozo y el dolor. Y así es cómo cambió su vida el niño de siete años, que se sintió persona a la corta edad de un metro veinte.

Lo anterior es una versión libre del relato El niño que cambió sus ojos por un par de canicas, cuya autora, Valeria Landete Landaburu, una jovencísima escritora, nos ofrece, con la apariencia de cuento infantil, una parábola que invita a percibir nuestro entorno con una mirada crítica, en la que el escepticismo y la ilusión sean instrumentos que compiten para proporcionarnos una visión ajustada de este mundo complejo, difícil y apasionante que nos ha tocado vivir.

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