
El lado bueno
Ana Santos
¡Ojú qué caló!
La ciudad y los días
Gracias Francia, gracias París! Roland-Garros dice adiós a su rey Rafael Nadal”, “Con los adioses a Rafael Nadal Roland-Garros entra en una nueva era” o “Me habéis hecho sentirme un francés más: En Roland-Garros el adiós al rey Nadal, un homenaje a la altura de la huella que deja” titulaban ayer Le Figaro, Le Monde y Liberation.
“Rafa para siempre” proclamaba a toda portada de L’Equipe con una foto del tenista español y los tres rivales que con él conformaron el Big Four aplaudiéndole. En la entradilla se escribía: “Inmensa emoción ayer sobre la pista Philippe-Chartier con motivo del homenaje ofrecido a Rafael Nadal, el hombre 14 veces consagrado sobre la tierra batida parisina, con la presencia destacada de las leyendas Roger Federer, Novak Djokovic y Andy Murray”.
El español Marca, también con una foto de Nadal ocupando toda la portada, titulaba: “El adiós que merecía”. A buen entendedor… Francia ha estado a la altura de Nadal. España no lo estuvo en el homenaje que el mejor deportista de nuestra historia se merecía. Fue emocionante sin blandenguería, espectacular sin ostentación, exaltadora sin retórica hueca. Estuvo a su altura Francia. Será porque los estadounidenses suelen –o solían, porque ese gran país está como está– hacer homenajes así a los más grandes y Francia ha sido siempre la mejor manera europea de ser americano. El jazz entró en Europa por París (recuperen el artículo Un siglo de jazz en Europa de Julián Ruesga Bono), Marcel Duhamel traducía desde los años 20 las primeras novelas de detectives y gánsteres hasta crear en 1945 la Serie Noire que dio nombre en Europa a la novela y el cine negro y Jean-Pierre Melville recorría París en su cochazo americano con su sombrero Stetson blanco mientras hacía francés y jansenista el cine negro americano.
Pese a su fama de chauvinista (ciertamente el origen de la palabra es francés: el petulante soldado napoleónico Chauvin), Francia ha sido siempre extremadamente abierta a la recepción de culturas e influencias y muy generosa con los talentos extranjeros que la engrandecieron. Que se lo pregunten a la americana Josephine Baker, enterrada como gloria nacional en el Panteón, o al español Picasso. Lo ha vuelto a demostrar con Nadal. Y de paso nos ha dado una lección a los españoles, que tan pobremente despedimos a nuestro Nadal.
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