Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
Estamos en verano. Huelva ya ha vuelto una página más en el libro anual de su vida y nos hemos colocado en la estación preferida de muchos.
Cuando se apagan las hogueras de San Juan, parece que éstas se prenden ese otro fuego, esta vez solar, que ilumina a una estación esperada, donde todo vuelve a cobrar más bríos que fortalecen en el espíritu y nos animan a respirar la brisa de ese maravilloso mar que nos rodea y da vida, paz y reposo. Es la hora de volver a encontrarnos con la arena, la sombrilla, el paseo por la orilla atlántica, la vista perdida en el horizonte azul soñando con un infinito que forma parte de nosotros mismos. Es el verano que ha llegado y se ha roto en unas horas de descanso, de merecidas vacaciones, o simplemente de cambio de lugar para nuestra estancia de otro estío, gracias a Dios lleno de paz y esperanzas.
Camino por la suave y dorada arena puntaumbrieña, cuando de pronto siento un pequeño zumbido por encima de mi cabeza. Me extraña, no veo nada de particular... más de pronto lo diviso muy cerca de mí: es un dron. No podía imaginar ese solitario mecanismo, imitando el vuelo tranquilo de un ave, pero sin la limpieza de sus giros y el brillo de las plumas abiertas a la brisa marina.
Rápidamente se me viene a la memoria otro vuelo en mis años niños, cuando intentaba elevar aquella pandorga (cometa) de papel sobre unas cañas entrecruzadas, esperando que el viento la subiera, mientras corría tirando de la cuerda por aquellos arenales en cuestas, sin conseguir en muchas ocasiones mis propósitos.
Los niños de hoy juegan con drones teledirigidos, fotografían desde el cielo y aterrizan donde su ingenio quiere que lo haga. Lo mío era distinto. Mi pandorga me llevaba donde ella quería, impulsada a las ordenes del aire costero y cuando algo salía mal, por muchas órdenes que le diera, tirando la larga cuerda, ella caía vertiginosamente como un rayo sobre el agua, ahogándose en las olas que rompían suavemente en la orilla.
Estoy seguro que ese niño se siente como astronauta en tierra, viendo desde su cámara digital encuadres preciosos. Yo desde la arena, soñaba con las perspectivas que mi cometa dominaba en un éxtasis que jamás nadie podía adivinar en su solitaria belleza.
Junio se aleja y el mes con nombre de emperador romano, ya pone su cetro de luz, calor y serena claridad. La playa nos llama. Estamos en verano.
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