Mon del Río

Su propio afán

José Ramón del Río García de Sola fue, como saben, un destacado abogado, un luminoso columnista y una figura pública gaditana. Me sacaba 35 años, para empezar. Y muchísimo más en carrera profesional (fue número 2 de su promoción de Abogado del Estado) y en éxitos políticos… Además, me llevaba una delantera grande como columnista histórico del Grupo Joly. A lo que hay que sumar la circunstancia de que soy muy amigo de su hijo Pablo, que no es el pequeño de su casa numerosa, pero casi; y de niño paraba por allí.

Sin embargo, en cuanto me puse a escribir columnas, salvando todas esas distancias y el hándicap de haberme conocido de preadolescente, me abrió los brazos, y, más que consejos, compartió conmigo impresiones y experiencias, siempre con una confianza de colega que se saltaba a la torera las insalvables diferencias. Su mujer, Mari, me leía con cariño, y él se sonreía de esa competencia en la atención lectora de su cónyuge. Conociendo cómo nos medimos los escritores entre nosotros, su aprecio hablaba muchísimo más de él que de mí. Martínez Zarracina tiene un exacto dictum: “Nunca le hable a un escritor de otros escritores. Nunca le hable bien, quiero decir”. Mon del Río era indiferente a esas pequeñas pequeñeces, y eso nos retrata su grandeza tan bien como sus columnas, en las que –siempre con donaire– defendía sus principios y regalaba sus memorias, haciendo gala de un gaditanismo comprometido, inteligente, propositivo y sentimental.

Una tarde salíamos de una reunión en la sede del edificio Fénix del Diario de Cádiz para volvernos juntos al Puerto. Cuando entrábamos en el aparcamiento de Canalejas, me contó que había sido suyo y de otros socios, y que venderlo, siendo tan buen negocio, fue una lástima. Podía haberlo dejado de herencia. Chasqueó la lengua como brevísimo homenaje a su melancolía. Y enseguida repuso con humor y experiencia de abogado: “Pero cuando uno tiene ocho hijos, cualquier herencia, dividida entre ocho, es una birria”.

Me he acordado ahora porque, sin embargo, su trayectoria profesional, su escritura clara y valiente, su prestigio, su afabilidad y su generosidad son una herencia para sus ocho hijos y sus nietos que no se divide, sino que se multiplica. Alcanza hasta para los que tuvimos la suerte de tratarle y de leerle tanto y tan a gusto.

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