Decía mi suegra, tirando del refranero que tanto le gustaba, que las costumbres se hacen leyes. La frase viene a recordarnos el mal hábito que tenemos los humanos, en general, y muy especialmente algunos, en particular, de dar por sentadas, por buenas e incluso por justas determinadas situaciones por el mero hecho de que se producen a menudo. Hay montones de ejemplos en el día a día de cualquiera. Conozco a un tipo que se cabrea cuando alguien ocupa “su sitio” en la calle porque “siempre aparca allí”, y sé de gente que se ha enojado cuando el jefe les ha reprendido por un desayuno de hora y media porque “antes lo hacíamos así”. Mi hija se enfada si un día le niego las chuches de los viernes, y hay -lo sabéis- quienes dan por hecho que los vas a invitar siempre. Cuando las personas se acostumbran a una cosa lo convierten en algo que forzosamente tiene que suceder, a pesar de que en el fondo saben que el hecho en cuestión es arbitrario, injusto o completamente casual. No les importa siquiera que a menudo suponga incluso una obligación para otras personas, que no pudieron o no supieron frenar a tiempo, y que ahora se ven envueltas en situaciones terriblemente injustas que todo el mundo acepta simplemente porque es ‘lo normal’, porque es lo de siempre.Hace mucho que en Huelva sufrimos algo parecido. Hemos tenido que acostumbrarnos al mantra de que todo nos lo tenemos que ganar. Supongo que les sonará la frasecita: “es que los onubenses no luchan por lo suyo” o, mejor aún, las de “es que no nos manifestamos nunca”, “seguro si fuera p’al Rocío iría más gente…”, “eso lo cogen en Sevilla y le hacen un monumento…”, y ese tipo de cosas que, a fuerza de repetirlas hasta la saciedad, se han convertido en una verdad irrefutable, en ley, cuando en realidad son una absoluta mentira. Porque ya me dirán a mí cuándo se han manifestado en Sevilla para que les regalen (y ahora les vayan a ampliar) un estadio olímpico, o cuándo pusieron la ciudad bocabajo en Córdoba para que les pase al lado el AVE, o cuándo ha salido Málaga en masa a la calle para que les pongan todos los puñeteros museos y centros tecnológicos del mundo. Aquí, sin embargo, sí que nos hemos manifestado, y varias veces, sin que eso haya impedido que llevemos ya seis años (y lo que nos queda) esperando a que el PP cumpla su promesa del materno infantil, quince sin la presa de Alcolea, veinte para la ampliación del Túnel de San Silvestre , veinticinco sin desdoble de la N-435, treinta para que venga el AVE y a punto estamos de hacer un siglo desde que nos concedieron el aeropuerto. Aquí seguimos, rezando para que no se carguen el puerto tartésico o para que podamos ver empezar las obras del nuevo museo del Banco de España antes de que nos extingamos, por ejemplo, por no hablar de los chares, las carreteras, los puentes y decenas de asuntos pendientes que, por lo visto, no tenemos porque no nos los hemos ganado. Porque no nos lo merecemos.

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