¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Cada mes de septiembre la visita a la ITV me recuerda dos cosas: lo viejo que está mi coche y lo rápido que pasa el tiempo. Desde que cumplió la década, me toca desfilar cada temporada por allí. Es como un déjà vu con aire de castigo griego: a las cinco de la tarde, bajo un sol inclemente, espero que mi matrícula aparezca en la pantalla, con el corazón encogido, nerviosa y rezando para que no me haya pasado nada por alto. También rezo por no caerme al foso y que el técnico vocalice bien, porque no se entiende nada cuando habla por el walkie-talkie.
Con los años noto que el tiempo no transcurre igual: se acelera cuando miro hacia atrás, y me envuelve la nostalgia y el temor de que los momentos más especiales se disuelvan en el olvido. Milan Kundera lo describe con precisión, señalando cómo la memoria puede alargar o comprimir los instantes, haciendo que lo vivido parezca más largo o más breve de lo que realmente fue, dejándonos una sensación de vértigo.
Simone de Beauvoir veía el tiempo como un escultor implacable, recordándonos que cada instante deja huella en nuestro cuerpo y en nuestra memoria. María Zambrano veía en el tiempo un fluir misterioso, capaz de revelarnos lo más íntimo de la vida al mismo tiempo que lo oculta. Iris Murdoch, por su parte, subrayaba la dimensión ética del tiempo, porque es en su transcurso donde aprendemos, cambiamos y nos volvemos responsables de nuestras elecciones. Incluso escritoras contemporáneas como Rosa Montero recuerdan que el tiempo no solo erosiona, también ofrece perspectiva y una cierta sabiduría, aunque llegue envuelta en arrugas y despedidas. Todas coinciden en algo: el tiempo no es un simple telón de fondo, sino el escenario mismo donde se juega nuestra vida.
Cada día trato con jóvenes que llaman por primera vez a la puerta del mercado laboral, cargados de ilusiones, sueños y anhelos aún por estrenar. A veces intento recordar cómo era yo a su edad, en qué andaba pensando y hacia dónde dirigía la mirada. Y sonrío, porque me descubro inacabada, a medio construir, sin tener idea de lo que la vida me iba a deparar. Pensaba que las oportunidades eran únicas, como si no fueran a repetirse jamás y no sabía que había muchos caminos por recorrer y más destinos a los que poder llegar.
El tiempo nos moldea sin permiso, nos arruga y nos enseña; y sin embargo, cada instante perdido o vivido es el que nos hace quienes somos.
Yo sólo quiero tumbarme en el sofá y que no pase el tiempo porque me gustaría hacer otras cosas para pasar el tiempo. ¡Feliz jueves!
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