
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Vida bendecida
La colmena
Hay cuatro formas de escribir “porque”: junto y separado, con y sin tilde. Ninguna utiliza la popular grafía con que miles de jóvenes lo abrevian vía móvil: “xq”. El debate es apasionante: la norma y el uso. ¿Qué pesa más? Esta disquisición es la que ha ido marcando la evolución normativa del español. Sus vigilantes, los señores que se sientan en los decimonónicos sillones de la RAE, suelen ser tremendamente conservadores. Y, pese a ello, todos los años nos sorprenden con los neologismos que cuelan en el diccionario, con los anglicismos que admiten en nuestro idioma y con las reglas ortográficas y gramaticales que van relajando. A mí, por ejemplo, todavía me cuesta escribir “guion” sin acento y no poner tildes a las mayúsculas. Pero así ha sido históricamente: unos dictan las normas y otros, la mayoría, las cumplimos. O lo intentamos. O ni siquiera eso.
Es lo que está ocurriendo estos días con las Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU). La vieja Selectividad siempre es sinónimo de polémica. Este año hay dos frentes y, curiosamente, ninguno tiene que ver con lo realmente disruptivo: el impacto de la IA en la enseñanza, del maestro ChatGPT.
El primer frente, el del contenido, tiene que ver con el nuevo enfoque de las pruebas para evaluar la “madurez” de los estudiantes por encima de lo memorístico. Es más, ya no vale aprenderse la mitad del temario sabiendo que estará la opción de “elegir”. Más difícil y sin atajos. En la parte del continente, de lo formal, el debate se ha focalizado en la ortografía. ¿Incentivamos o penalizamos? La decisión de los evaluadores ha sido restar puntuación y, fiel a nuestro reino de taifas, ni siquiera se ha llegado a un consenso entre comunidades. En función de donde vivas, las faltas de ortografía no te castigarán igual.
El ejemplo del “porque” tal vez parezca anecdótico. Pero no solo es uno de los errores más comunes de los futuros universitarios; la pulcritud en el uso del idioma es una señal de lo que hay detrás. De lo que hemos leído y de lo que hemos comprendido. De todo el vocabulario que hemos hecho propio; de nuestra capacidad de oratoria (y hasta de convicción) y de nuestras habilidades para expresarnos. Todo está conectado.
Leer, leer, leer. Y da igual si lo hacemos en formato clásico o en versión digital. Tiene el mismo efecto que viajar: abres la mente, dejas de ver el mundo en blanco y negro y corriges la miopía del localismo patriótico. Aprender a aprender. Incluso con la ayuda de la IA.
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