El lárgalo

En Onuba los gerifaltes celebran su onomástica y exhiben altaneros su ridículo y tronchante pintarrajo

Esa mañana el frío había despertado temprano calándole los huesos a quién osaba cruzarse es su camino e hiriendo con su aliento invernal las viejas cristaleras.

Era diciembre y como tal, no importaban los días, porque la Navidad era aquel tiempo en el que su presencia adquiría el mayor fasto. Se ufanaba de desnudar los árboles y ahuyentar a los pájaros. El frío era su mejor aliado.

Olvidó sin embargo, que entre las fiestas de la Inmaculada y Nochevieja, se entrometían en el martirologio y santoral de la Iglesia, los Santos Inocentes, que además del relato evangélico donde Herodes manda decapitar a los niños menores de dos años, la tradición popular aprovecha para gastar inocentadas, que al cabo de los tiempos han ido destiñéndose, perdiendo sal.

Aquí abajo, cuando el ordenador aún no maquinaba por la imaginación, era esperado el momento crucial de esta celebración para estamparle un blanquecino monigote en la espalda al niñato engreído, al empollón de turno o al antipático de serie. La ceremonia consistía en distraer al incauto, mientras que por detrás y de común acuerdo, algún barbián colgaba en la trasera del abrigo un muñeco de papel, prendido habilidosamente con un imperdible, del que caía la risible figura con los brazos y piernas abiertas, sin que el pimpollo se diera cuenta y paseara su figura por los círculos y tertulias de su entorno.

La friolera de los años no ha podido impedir que, utilizando otros registros, los bromistas continúen la diversión y Huelva, tan dada al costumbrismo, no ha podido evitar que en los inicios del siglo XXI sigan adjudicándole, "lárgalo tras lárgalo", desde aquellas instancias en las que se adoptan medidas de regeneración y modernización urbana, industrial, sanitaria, educativa, cultural...

Continúa la inercia de enjaretarnos un muñecazo matemáticamente, unas veces vía fondos europeos, otras estatales, junteros, provinciales y municipales. Todo un risible varapalo.

En la memoria de la ciudad hay quien nos deleita con promesas biosaludables, sostenibles, competitivas e innovadoras, y al dar la vuelta no percibe que han cosido en su chepa un soberano monigote.

Cada 28 de diciembre es una eterna "inocentada". En la histórica Onuba, los gerifaltes celebran su onomástica y sordos al carcajeo exhiben altaneros su ridículo y tronchante pintarrajo.

Cuidado, porque a veces los cándidos se disfrazan de linces.

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