Josué y Alberto, el alma del periódico

Voces nuevas

Josué y Alberto son para Huelva Información el cordón umbilical de una profesión en continuo cambio. Son el ayer de un periódico cuyas historias se buscaban en la calle, que no dormía, en el que se trabajaba a destajo para que el formato en papel contara al lector lo que pasaba en su ciudad cuando el contenido de los móviles solo se leía en páginas. Son el olor a rotativa, a carrete y revelado, a la esencia de un periodismo en mayúsculas retratado en imágenes capaces de informar, remover y emocionar a partes iguales.

Recuerdo el primer día que fui a una rueda de prensa acompañada de Alberto Domínguez. Él no lo sabía pero yo me sentía ganadora de un Pulitzer porque para mí Alberto, Josué y este periódico son algo más que un medio. Siempre he dicho que trabajar en el periódico que mi padre me mandaba a comprar “anca” Paquito cada domingo era para mí todo un orgullo. Pero en realidad, lo es aún más compartir un puesto de trabajo con gente de la talla humana de los fotógrafos.

Llevan más de 20 años saliendo a la calle para captar el momento perfecto y regalarlo, con humildad, a su provincia. Antes en papel y ahora también en la versión digital y en las redes. Porque si hay algo que saben los grandes, es reinventarse. Con el iPhone, cámara o cualquier artilugio con el que trabajen. Su mejor arma: el humor. A los “nuevos” más de una vez nos han entrado agujetas en la barriga al escuchar sus batallas. “Cuando Josué lucía melena larga una vez lo confundí con una chica de espaldas y hasta me pareció que estaba buena”. “¿Os he contado esa de cuando por hacer fotos me llevaron arrestado al antiguo cuartel de Santa Fe y me dejaron aislado toda una mañana?”; “Alber, ¡Cuéntales la de la noche del cementerio. Cómo terminamos”... y así, alegran la vida a los de su equipo y a los de fuera. Porque ellos aman su profesión. Y Huelva los ama a ellos. Merecedores de premios como el de Huelva y sus Fotógrafos o el de la Asociación de la Prensa de Huelva, Alberto Domínguez y Josué Correa, se han ganado el respeto de su ciudad y de sus compañeros. Y menos mal, porque en una profesión tan castigada y sedienta de vocación, ellos son la esperanza. La llama de una época que no se apagará y la luz de un futuro que les necesita para no perderse.

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