La huella andaluza de Francisco Espinoza

Francisco Espinoza Dueñas deja la huella de su excepcional talento artístico y de su generosidad

Hace exactamente nueve años, en estas mismas páginas, yo me refería a Francisco Espinoza Dueñas como artista total, pues "si algo caracteriza a este peruano genial -decía- es su incursión en las diversas disciplinas de las artes plásticas, alcanzado en todas ellas un nivel de excelencia". En 2011 Perú era el país invitado de honor en el OCIb y Espinoza fue el gran protagonista con sendas exposiciones en el Museo de Huelva y la Casa de la Provincia de Sevilla. Poco después su obra volvía a Burgos, donde el artista y Pilar, su esposa burgalesa, habían dejado un gratísimo recuerdo personal y artístico, al espacio expositivo del Arco de Santa María, ante la catedral, seguramente el más bello de la ciudad.

La idea de estas exposiciones partió de Fernando Iwasaki, otro peruano universal, que nos puso en la pista de quien es considerado como el mejor escultor en cerámica del siglo XX, ya retirado en la sierra de Sevilla desde hacía veinte años. Contactamos con Amaya Espinoza, que aceptó la ingente tarea de preparar una gran exposición antológica de su padre. A partir de ese año Perú no dejó de estar presente en el Otoño Cultural Iberoamericano: con la exposición de Amaya y Adriana Espinoza, más Aurélien Lortet, un año después; el encuentro de escritores onubenses y peruanos, convocado por el propio Iwasaki con el acertado título de El cóndor pasa por Huelva; la exposición bibliográfica del Inca Garcilaso de la Vega en su cuarto centenario, cedida por el Instituto Inca Garcilaso, de Lima; la de fotografías históricas del Perú, prestadas por su Embajada en Madrid; hasta la celebrada Ars Geometrica de Álvaro La Rosa Talleri, recién clausurada en la Casa Colón.

Hace unos días Francisco Espinoza, a los 94 años, ha dado por finalizada la peregrinación que había conducido sus pasos desde su Lima natal a Madrid, París, La Habana, Burgos , Filadelfia… Todos estos lugares influyeron en una búsqueda para descifrar "el lenguaje de la materia" que interpretó como nadie, dejando en ellos a su vez la huella de su excepcional talento artístico y de la generosidad que, como auténtico maestro, siempre tuvo a gala. Tras una vida fecunda de absoluta entrega al arte, no imagino mejor destino para su obra que el Pabellón del Perú de la Exposición Iberoamericana de 1929; sería un gran regalo, con acento iberoamericano, para la tierra que eligió como residencia de su vida y de sus sueños.

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