En el silencio me llega el leve rumor de una vieja y conocida canción. Siempre me gustó aquella melodía en la voz ronca y melodiosa de un conocido cantante francés. Se llamaba Las hojas muertas. ¿Quien cree que las hojas mueren?. Nunca. Nacen, crecen, tomar su color, se les pasa su tiempo de vida, caduca su textura, y finalmente una triste brisa de despedida la arrastran por caminos imposibles, en busca de un rincón, donde vivirán para siempre en el recuerdo.

Cada vida es en suma una hoja nadando en el espacio invisible de la existencia humana. La vida nace de la vida. Al final, la vida no se extingue, se transforma y en un milagro incomprensible se vuelve fulgor de existencia, en otra vida, etérea, real pero ya eterna. El otoño sigue desgranando su alma de grises sensaciones. Pasan los días y en el almanaque de las fechas hechas y marcadas por nosotros, ponemos lagrimas de tristezas, ecos de recuerdos de vidas que ya se fueron para siempre.

Mezclamos las voces que se apagaron, con sones de alegres que retornan en ese intento de vivir de nuevo lo que ya no puede ser. Abro un viejo libro, perdido en una esquina de la biblioteca y con sorpresa inesperada me encuentro una hoja sin color, pálida, guardando todo el romanticismo de una época olvidada. La miro y observo con cariño. No está muerta. Por su plano y estéril cuerpo todavía se divisan los caminos débiles que una primavera lejana fueron vías de savia nueva dando color a una bella estampa que colgando de su rama bailaba al son de la brisa que acariciaba su cuerpo.

En pleno otoño, contemplar y sentir el silencio de una flor caduca, es el complemento de algo que fue en nuestra existencia.

La voy acariciar y se rompe. El chasquido que se produce se me asemeja a un quejido infinito, quizás el ultimo que aquello que fue vegetal vivo, no envía en la despedida.

Me gusta meditar en Noviembre, Es el mes del año que mas se acerca al concepto de eternidad.

Mi hoja no muerta, lleva escrita una fecha. Casi todas las fechas escritas en una hoja seca, llevan una conseja de amor.

Fue un impulso palpitante en alegría, quien marcó una cifra, un número secreto del alma, que en aquel momento rebosaba del sentimiento amoroso más bello de un corazón.

La hoja no había muerto, seguía latiendo, encerrada en un libro, toda la vida feliz y plena, del susurro, el abrazo y el beso.

En este mes en que el silencio y la separación eterna, suena a día de la ira, o mejor, día del perdón y de la misericordia, todo el Amor se condensa en esa esencia divina que es alfa y omega de nuestra fe. Eternidad .Vida. Dios.

No somos hojas muertas, simplemente esperando en un libro, al que llamamos Vida, que el dedo de la Omnipotencia no llame.

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