Hipocondría crónica

25 de noviembre 2025 - 03:06

Mi hipocondría ha sido una de las grandes fortunas de mi azarosa existencia. El deber profesional de un poeta, según Antonio Machado, es pensar en la muerte, y yo lo tengo muy fácil. Mi aprensión hace las veces de la calavera de los ermitaños de los cuadros. En ocasiones veo valdés-leales. Mi hipocondría me ha hecho salir muy feliz de la consulta de los médicos, aunque me hayan diagnosticado una enfermedad o una dolencia crónica. Con tal de que no sea la definitiva… Soy consciente de que un día acertarán, pero entonces tendré el consuelo de deciros a todos: “¿Veis como lo vi venir?”. Y mientras tanto contemplo la vida con el incandescente amor agradecido del que sabe que habita en una morosa despedida de dos amantes condenados a la separación.

Ahora escribo con la sospecha de que mañana o pasado voy a pillar un trancazo en una semana llena de compromisos. Voy a enfermar en el peor momento, qué mala suerte. Empecé a barruntar los síntomas cuando mi hijo me contó que su compañero de cuarto tenía una gripe tremenda y dejaba los pañuelos en la mesilla de noche que comparten en Irlanda. Desde entonces se me cortó el cuerpo. Sentí pasar los virus por el móvil.

Mi mujer, cargada de paciencia, me ha dicho que espere a ponerme malo y que ya entonces proteste. Esto me ha recordado a mi madre, que conociéndome como si me hubiese parido, se negó a considerar enfermedad todo lo que no batiese la marca de 39º de fiebre. Yo temía a su termómetro como a una vara verde.

He confesado a mi mujer que, cuando me ponga malo, estaré mucho mejor. Otra ventaja de la hipocondría es que te hace temer tanto la enfermedad que, cuando ésta llega, resulta que no era para tanto. Esa es la primera alegría de cuando me pongo malo. La segunda es comprobar que salvo casos muy extremos (los 39º, digamos), una cosa es el cuerpo –molido– y otra muy distinta la mente, que puede pensar con una claridad aumentada por la inmovilidad y la resignación. Para escribir sobre el gobierno terminal de Sánchez la paliza de una gripe debe de ayudar bastante.

Lo malo es ahora que aún estoy bueno, pero por muy poco tiempo, asomado al desánimo, sintiendo el vértigo de la fiebre a punto de posar su mano de fuego sobre mi frente helada. Así no puedo escribir un artículo sobre el Gobierno de Sánchez, como queda demostrado.

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