Decía Pérez Reverte que “la edad es la pereza” y que ésta provoca el distanciamiento ante ciertos deseos y estímulos. Comprendiendo de sobra lo que comentaba el periodista, escritor, académico y tantas cosas más yo creo que lo que de verdad hace arraigar a la pereza es la monotonía; ver la misma historia siempre es lo que quema y aleja. En fútbol, también.

Surgió la semana pasada en la sala de prensa del Nuevo Colombino lo de que ni un equipo ni un entrenador son mejores porque tal o cual haga más o menos aspavientos; evidentemente, estaría bueno. De ser así más de un preparador ‘tribunero’ que ha pasado por esta tierra tendría un palmarés que ni Ancelotti. No iba de eso esa crítica –al menos la que se hizo en este espacio días antes-. Aquí se hacía referencia a que cuando a un toro bravo se le da un puyazo éste se viene arriba por momentos y embiste, normalmente, con más garra que nunca por pura inercia. El Recre que yo veo en estos últimos tiempos (y no sólo en el césped) en vez envalentonarse frente a los palos se le ve agachar la cabeza más de lo normal. Y eso preocupa y mucho.

A veces la bravura, la casta o como se le quiera llamar a eso donde no llega el fútbol hacen vencer; ojo, sólo a veces, que lo que manda es la pelota y el pie del que la toca; ni el ambiente, ni el escudo, ni el estadio, ni el pasado ni nada de nada suelen ganar más los partidos que la calidad, el trabajo, la preparación, la técnica y la táctica. Pero oiga, se necesita también de orgullo y amor propio para decantar duelos y ligas. Un carácter fuerte mejora siempre.

Está el ambiente caldeado (estamos en la antigua Tercera, como para no estarlo viendo el ascenso aún complicado)… pero un recordatorio, si me permiten: lo que se escribe en esta platea no es, ni mucho menos, palabra de Dios, sino la de un aficionado y plumilla más. Criticar ciertas circunstancias no es odiar a ciertas personas, aunque haya quien lo piense, que allá él y su sectarismo. Y para los que se enzarzan en guerras con gente que tiene que callar en ética más que Lance Armstrong, un consejo: o huyes de los rebuznos o acabas rebuznando. Y no hay cosa que fastidie más a un burro que no le hagan caso… por mucho que grite el burro.

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