Confabulario
Manuel Gregorio González
Narcisismo y política
El otro día, entre vinos y una tabla de quesos, surgió una de esas conversaciones con los amigos que acaban resultando interesantes: ¿la gente cambia? Yo escuchaba fascinada la seguridad con la que mis amigos defendían que no, que quien es un vaina lo será siempre y quien es mala persona, también. Admitían que uno puede aprender, pulirse o adaptarse a las circunstancias, pero insistían en que la esencia, eso que nos define por dentro, permanece intacta. Me vi sola defendiendo la idea contraria, la que aún confía en la posibilidad de transformarnos, aunque a veces yo misma dudo dónde termina la evolución y empieza la costumbre de ser cómo somos.
También existe el reverso del cambio, esa transformación que no siempre apunta hacia mejor. Hay personas que antes irradiaban alegría y ahora se han vuelto amargas, soñadoras que dejaron de soñar, o gruñones que con los años perdieron la gracia y se quedaron solo con el mal genio. ¿Recuerdas a aquel compañero del colegio que no soportabas? Tal vez hoy sea alguien completamente distinto, una buena persona que se pregunta por qué hacía la vida imposible a los demás y ni siquiera logra recordar el motivo. Aunque, mientras lo escribo, confieso que me cuesta creerlo.
¿Pero qué dice la ciencia? Los estudios han demostrado que, con el paso del tiempo, los rasgos de la personalidad, como la responsabilidad, la amabilidad o la estabilidad emocional, tienden a modificarse de forma gradual y predecible. No somos los mismos después de una pérdida, un logro o un cambio profundo, porque la madurez y la experiencia van esculpiendo nuestra forma de ser. Sin embargo, la ciencia también señala que existen aspectos especialmente resistentes al cambio: el temperamento, ciertos trastornos de personalidad, los patrones de violencia aprendidos o la falta de empatía profunda. Transformar esas estructuras requiere un trabajo terapéutico prolongado, acompañado y, sobre todo, un compromiso auténtico por parte de quien desea cambiar.
Por su parte, la neurociencia aporta otra pieza clave: el cerebro es plástico y cambia durante toda la vida. Aprender, adaptarse o enfrentarse a nuevos retos reorganiza las conexiones neuronales, de modo que nuestra mente nunca está completamente “hecha”. Esa plasticidad explica por qué el cambio es posible incluso en la edad adulta.
¿Y tú qué opinas? ¿Eres la misma persona que hace 20 años? Me quedo con la frase de Tony Robbins porque necesito creer en el ser humano: “Cambiar es difícil, pero no cambiar puede ser mortal.” ¡Feliz jueves!
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