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Yo te digo mi verdad
Si el Dios de la Biblia quisiera someter hoy a escrutinio la paciencia del santo Job, entre las muchas pruebas que a su divina perversidad se le ocurrieran estaría sin duda la de ponerlo delante de un ordenador o de cualquier dispositivo a intentar comprar la entrada para el concierto de un artista sonado. Para poder afrontar el coste de la misma, ya se ocuparía el Padre de todos de demostrar su infinitiva providencia con uno de sus hijos favoritos.
Ponen a prueba los promotores de recitales tanto la paciencia como la capacidad adquisitiva de la supuestamente oprimida, deprimida y reprimida juventud actual, y sin embargo ésta llena masivamente teatros, estadios y grandes recintos construidos temporalmente para tales fines. Para mi corto entender, este fenómeno de multitudes juveniles abarrotando veranos de festivales, galas y ciclos carísimos, junto con el constante espectáculo vivido en los aeropuertos de púberes arrastrando maletas, es una de las grandes contradicciones del mundo occidental, que a diario se pregunta por el incierto futuro de esta parte de la población sin decir una palabra sobre su brillante presente.
Quizá con estos juicios sobre el presunto desamparo que viven los más jóvenes ocurre como con todas las creencias repentinas y comunes derivantes en tópicos: que requieren una mijita más de reflexión y estudio y un poco menos de lástima sobre los que creemos vulnerables. Más bien será, a lo mejor, que no sabemos ver cuáles son sus verdaderas vulnerabilidades, o que equivocamos el tiro. Se diría que la gente, que comprensiblemente no quiere ver sufrir a sus vástagos, confunde este lógico deseo con el de despejarles el camino de obstáculos y adversidades y, por el contrario, sembrárselo de mullido césped bien recortado.
Y así se les llena el itinerario de premios y festejos con la ilusión de que ese sea el mundo real, creyéndonos también como la verdad revelada ese otro tópico de que tenemos bajo nuestras alas a la “generación mejor preparada de la Historia”. Pero no sabemos decir para qué están preparados si al salir a la calle, tardíamente sueltos de la mano de sus mayores, les sorprende cómo es la vida de verdad. Están preparados para el mejor de los mundos, podríamos decir, pero qué le vamos a hacer, les ha tocado vivir, como a todos, en este planeta, aquí y ahora.
Y no es cuestión de comparar con lo que les tocó vivir a sus padres y abuelos, pero muchas veces, antes de lamentarse conviene hacer ese ejercicio tradicional y esclarecedor que consiste en mirar alrededor de uno mismo, por muy odioso que resulte.
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