¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Los filósofos hacen su trabajo dándonos preguntas. Si nos dan también sus respuestas, esfuerzo que nos ahorran, pero éstas, en cualquier caso, corren de nuestra cuenta. Es lo que ha hecho Javier Gomá. La respuesta la tengo que dar yo no porque no me guste la suya, sino porque no la encuentro. Anunció en las redes sociales que iba a contestar en un artículo a la cuestión de si se tomaría o no una pastilla que regalase un estado de completa felicidad.
Mientras encuentro la pastilla (o no) de Gomá, yo voy contestándome: no. La felicidad, que según Goethe era de plebeyos, está, en realidad, muy bien, pero como medio o herramienta, jamás como fin. Funciona como un instrumento de precisión que indica si estamos haciendo las cosas bien o mal.
Si no soy feliz, la aguja hacia abajo me exige un examen de conciencia. Si la aguja apunta a lo alto, la sigo –como una flecha–, miro al cielo, doy gracias y, después, me pregunto qué hago bien para sacar consecuencias perseverantes. La infelicidad me dice que no estoy cuidando las cosas importantes (la oración, el amor, la vocación, a los que quiero). Es una alarma.
¿Quién sería el loco que aceptase trucar el indicador del depósito de su coche para que siempre pareciese que lleva el depósito lleno y así no tener que agobiarse con lo cara que está la gasolina y la de impuestos que se pagan cada vez que se reposta? Viviría muy feliz hasta que enseguida (porque los depósitos llenos duran un suspiro) se quedase tirado en una cuneta.
Simone Weil decía que había que cambiar los pesos en la balanza y no toquetear el fiel para que señale –todo retorcido– lo que nos interesa. La felicidad, que es maravillosa cuando se tiene, y muy molesta cuando desaparece, es siempre, presente o ausente, un magnífico indicador. Las pastillas, para los frenos. A la felicidad hay que afinarla para que sea todavía más sensible y nos mande las señales de alarma mucho antes. Y cuando se tiene, hay que añadir metas altas e ideales nuevos para que la infelicidad vuelva a azuzarnos a una mejora más feliz.
Si usted está contento ahora, enhorabuena, y a determinar las causas y a defenderlas. Si tiene intervalos nubosos, que será lo normal, analicemos qué pasa. Si no es dichoso, algo ocurre. Más vale notarlo que estar amargado y ser, además, el último en enterarse.
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