Con lo extraordinario no me refiero al precio del aceite (que también), sino al discreto apetito por lo inusual y lo mágico, por lo inesperado, que alberga el hombre posmoderno, con igual fervor que el más remoto de nuestros ancestros. Este fin de semana, centenares de aficionados reanudaban la búsqueda de Nessie en la oscuridad lacustre de Escocia, con todo el aparataje científico necesario. Llevábamos unos años más pendientes del cielo, de los ovnis, de los chinos y los indios como nuevos selenitas, cuando he aquí que rebrota, modestamente, esta formidable sombra paleontológica, reclamando su arcana primacía, como antes era la soledad crespa y velluda del Yeti quien amenizaba –con un recuerdo del frío– las arideces del verano.

Si creemos a Hobsbawm, esta mixtificación de Nessie no es la única ni la principal que afecta a Escocia. Las seculares tradiciones escocesas se deben a Macpherson y su invención dieciochesca del bardo Ossian, un Homero insular y agreste; así como a los préstamos de la cultura irlandesa y los notables añadidos, ya muy tardíos, de sir Walter Scott. En este sentido, la vida plurisecular de Nessie no sería sino la corroboración, entre científica y sobrenatural, de la singularidad escocesa, cuya existencia viene a constatar biológicamente un hecho cultural. Lo más destacado, sin embargo, es cómo aflora, en qué forma, la vieja inclinación del hombre hacia lo extraordinario, desde hace ya más de tres siglos. Dicho afloramiento lleva el signo y la contextura de lo científico. Cuando el padre Calmet estudie a los vampiros húngaros, mediado el XVIII, lo hará acudiendo al ámbito de las dolencias médicas. Vale decir, al ámbito de lo verosímil. Y cuando este fin de semana los fans de Nessie busquen, hasta hoy mismo, su inmensa sobra bajo el agua, lo harán con radares y delicados sensores, que a la vuelta nos ofrezcan la silueta de una bestia antediluviana, un plesiosaurio o similar. Esta peculiaridad es tan evidente en el fenómeno ovni, que no es necesario subrayarla. El astrofísico Avi Loeb anda pescando microesferas metálicas en el Pacífico para consignar una posible visita extraterrestre.

Esto implica que lo extraordinario, que la arboladura íntima de lo fantástico, hoy se construye con el lenguaje de las ciencias. Bastaría que nos remitiéramos al doctor Frankenstein para recordar esta verdad tan obvia. En el caso de Nessie, quizá debamos añadir la idea de pureza, vinculada a una criatura milenaria; y la idea de libertad, una libertad biológica, corporal, solitaria, radicalmente inhumana.

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