¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Durante un tiempo tuvo la extraordinaria habilidad de hacerse invisible. Se desdibujaba hasta que se volvía transparente y así conseguía que nadie pudiera verlo del todo, aunque, temía, pudieran escucharle el corazón desde fuera, tan fuerte como le latía. Cuando se hacía invisible agarraba fuerte la cartera, no sea que se le escurriera de la mano si tenía que echar a correr. Había pensado pedirle a los Reyes una de esas que llevaban las cintas acolchadas para colgar en la espalda y una correa sujeta al pecho porque así la carrera, cuando tocara, se le haría más cómoda. Como aún quedaba mucho para Navidad, su única alternativa, de momento, seguía siendo la invisibilidad. Entraba en el cole transparente y salía transparente, y en medio iba alternando, porque quedarse transparente todo el rato resultaba agotador. Sería por eso que a la vuelta, en la calle, el camuflaje no le funcionaba del todo bien y cuando se quedaba solo de camino a casa no tenía más remedio que agazaparse tras los coches aparcados para esquivar a los niños de la calle. Un día, cuatro de ellos lo habían seguido hasta el portal. Iban en parejas, ¿sabes?, cada uno subido a los hombros del otro, acechándolo con palos que agitaban tras él. Y reían. Todavía tenía pesadillas con eso.
En casa todo era mejor. Un beso, una sonrisa, todobienmamá, y los latidos se enlentecían. Además estaban los playmobil y los lápices y los tebeos con los que el mundo se volvía un lugar divertido otra vez. Parapetado en su habitación, se imaginaba a sí mismo de mayor, creciendo hasta acabar haciéndoles sombra a los otros, que se volverían pequeñitos, minúsculos, tan poca cosa, vistos desde allí arriba, que se sorprendería del miedo que les tuvo una vez.
Así, agarrado a la paciencia y a la esperanza de que todo acabaría mejorando, asido al tacto suave de la moqueta de su cuarto, se las apañaba para no llorar. Poco a poco, el extraordinario niño invisible dejó de necesitar sus poderes. Se convirtió en un jovencito divertido y soñador, y este en un adulto tranquilo y feliz. Quizás no tan alto como había imaginado, pero la verdad es que tampoco le hizo falta nunca hacerle sombra a nadie. Un tipo normal, que en esos días tan tristes se pregunta cómo lograría salir de donde estuvo si las cosas hubieran sido tan difíciles como son ahora, si hubiera sido capaz de encontrar una forma de hacerse invisible también en las redes sociales o en los whatsapps. Qué hubiera sido de él si ni siquiera en casa hubiera podido sentirse a salvo. Dónde estaría sin lápices ni papeles ni muñecos con los que soñar. Sin más escapatoria que huir o esperar a que todo pase. Porque el tiempo siempre lo arregla. Te lo repito: el tiempo siempre lo arregla. Quien estuvo allí lo sabe.
También te puede interesar
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
El mundo de ayer
Rafael Castaño
El grano
Quizás
Mikel Lejarza
23:59:59
Voces nuevas
María Fernández
Andalucía en la voz