Voces nuevas
María Fernández
Onubenses de segunda
Esto se me ocurrió hace un par de días. Como la actualidad tiene cada vez menos de ídem y los gritos, cosa de la edad supongo, comienzan a cansarme, el final del día tiene como testigos algún documental. Tampoco crean que consiguen su objetivo de desconecte, porque suelen ser intensitos. El de la otra noche fue de Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell, dos depredadores sexuales en lo mejor de la sociedad norteamericana. Con la tele ya apagada y ante el último cigarrillo del día, Eva y yo reconocíamos que antes de que el primero de ellos tuviera la buena idea de suicidarse (la pena es que no lo hiciera bastante antes para que sus atroces crímenes no hubieran tenido lugar), no teníamos ni repajolera idea quiénes eran esos personajes. Y tan tranquilos, oiga.
Una de las frases que más me gusta sobre mi profesión es aquella que dice que "un periodista no tiene que saber nada; tiene que tener el teléfono del que sabe". Cada vez que alguien, seguramente por halagar, me dice aquello de que tú, que eres especialista en el Puerto o en la industria, o en lo que sea, mi respuesta es siempre la misma: "espero jubilarme sin ser experto en nada". Pero es que lo creo.
Otra de las que me gusta, afortunadamente utilizada cada vez menos, es aquella de que "de la pandemia vamos a salir mejores". Ni de coña. La pandemia nos ha hecho expertos y eso es aterrador. Hasta hace poco, asistíamos a discusiones sobre la procedencia de las vacunas, sobre la solvencia de tal o cual laboratorio o si la de Moderna, era mucho mejor que la de Pfizer. Por cierto, ¿alguien se acuerda qué fue de la Sputnik? Ahora vuelven los resabiados sobre la conveniencia de una dosis de refuerzo. Me encantan esos canutazos en los telediarios sobre los padres que dicen que no ven claro pinchar a sus hijos, probablemente después de haberlos vacunado del sarampión o la viruela.
No hay economista que no lance sus predicciones a cual más apocalíptica. Se ve que como el estacazo que nos dimos en 2008 les pilló con los pantalones bajados, no vaya a ser que venga otra y ellos no lo hayan dicho. Agoreros apuntan a lo que nos va a venir con la peregrina idea de arrinconar a los suyos en la barra de un bar y soltarles aquello de "no, si yo ya lo veía venir".
No hay mejor que no ser experto en nada. Estoy leyendo La gran ilusión de Michel Barnier, el negociador de la UE en el Brexit y después de tres cuartas partes de sus casi 500 páginas, las negociaciones con los británicos llegan a extremos que ni se me habían ocurrido. Por eso es bueno dejar hacer. Disfruten, conozcan y lean hasta donde puedan y, sobre todo, no pongan encima de la mesa sus arrestos. Corren el peligro de encontrarse con un experto.
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