NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Anteanoche vi la escena del presidente de EEUU bailando una especie de Tyson Dancing –fue cachondo, la verdad—, a un metro de distancia de quienes, ceremoniales, lo obsequiaban con un baile tradicional malayo; indescriptibles y anárquicos danzantes ante la alfombra roja del aeropuerto de Kuala Lumpur (los de allí alucinarían igualmente con el gran Tomasito en una recepción en el aeropuerto de Jerez). Más allá de cómo América se trabaja de bien el patio asiático –y de borde el de sus vecinos de arriba y transatlánticos–, esa noche soñé que Donald era un buen amigo, y era muy divertido charlar y pasear con él. Aclaro que, que yo recuerde, en los únicos brazos que estuve esa noche fue en los de Morfeo. Sí volví a caer en que no valen dos días sin que tu dragón de Komodo privado te suba por el esófago para dejar de tomar omepazol. Eso se paga en arrugas, y previos íncubos.
Me he pensado mucho, lo menos cinco minutos, si escribir esto, con la vigente epidemia de recogida de rábanos por las hojas. Y espero que mi terapeuta no concluya, con ello, cosas que puedan romper más mi pobre corazón. Soy más trompetista que trumpista: y de trompeta, yo, ni idea, Hulio. Pero como por interpretar que no quede, me viene una hipótesis plausible de por qué Don y yo éramos, when de repente, colegas de la soul. Excelso, propongo que Morfeo me iluminaba: el reto de Europa es unirse, y acercarse a Estados a Unidos. El problema, ya en vigilia y cepillo de dientes y Almax en ristre, es que la UE tiene una tarea pendiente: reunirse, y luchar contra el nuevo sueño angloamericano, o sea, la disgregación política de una UE, este inmenso mercado amparado por derechos individuales y colectivos, materia en la que somos empollones del cole mundial.
Pero es que nos lo ponemos muy difícil. A mí lo que me quedaba por ver este 2025 era la Batalla de Eurovisión. Hacer política de algo de lo que perfectamente se puede pasar una tonelada. Eurovisión fue en los 60 y 70 un nexo intracontinental, un evento a no perderse en familia. Ahora es un orgasmo friqui, una rave de género, de lucha por el peor gusto, de aparentes mangazos votantes. Es la cara B (o X) del Programa Erasmus, el éxito integrador más sobresaliente de este pequeño continente. Después de Pastora Soler y su voz, la nada hubo.
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