
El lado bueno
Ana Santos
¡Ojú qué caló!
¡Oh, Fabio!
Una de las cosas fundamentales que distinguen a un caballero es el buen perder. Ya lo dice Aquilino Duque en su poema Realidades: “¡La fe? Sí, por supuesto./ Y la esperanza. Y el amor/ Y andar por el mundo con lo puesto/ y ser buen perdedor”. Pero nuestro Gobierno, que no es lector de poesía como en los tiempos del machadiano Guerra o el cernudiano Aznar, no hace caso de épicos y líricos y suele asumir muy mal sus derrotas. Lo hemos visto claramente con su reacción cariacontecida a la negativa de la Unión Europea de aceptar como oficiales los idiomas catalán, vasco y gallego. ¿El culpable de la derrota según el conglomerado de progreso?: ¡Feijóo!, el que fuese presidente de una Xunta que ha elevado la protección del gallego a cotas que empiezan a rozar el ninguneo del castellano y que no tiene nada que envidiar a las políticas lingüísticas catalana o vasca. Según el PSOE, el mismo Feijóo que no tienen ningún peso en Europa es capaz de definir su política idiomática. Curiosa paradoja.
Digámoslo claro, la Unión Europea ha optado por la opción más racional y sostenible, que es lo que los sanguíneos meridionales deberíamos pedirle siempre a los fríos y severos hombres del norte. Si la Constitución española establece en su artículo 3 que el castellano es la lengua oficial del Estado, y que todos los españoles tienen el deber (ojo, “el deber”) de conocerla y el derecho a usarla, no hay necesidad de liar y encarecer más la cosa con traductores de otros idiomas que nadie pone en duda que sean muy españoles y europeos, pero que no aportarían nada –más bien lo contrario– al buen funcionamiento de una Unión a la que si algo le sobra son idiomas. Un excesivo “respeto” a las peculiaridades lingüísticas de los países socios podría convertir a Europa en una Babel inmanejable. En la UE no se olvida que el avance de la racionalidad política que llega con la Ilustración va en paralelo a la creación de idiomas nacionales que permitieron una mejor codificación de las leyes, una burocracia más eficaz o una alfabetización masiva de los europeos, entre otras muchas ventajas. El francés, el español o el italiano se impusieron para una mejor administración, no para fastidiar a Rufián.
En la UE no son tontos y saben que la propuesta de España no se debe a ninguna pretensión de justicia lingüística, sino a la necesidad del Gobierno de contentar a un prófugo de la ley para mantenerse en el poder. Todo demasiado bananero para pasar por europeo.
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