Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
Llevo varias semanas buscando un pantalón. No lo encuentro por más que abro y cierro los cajones, los armarios, las bolsas de viaje. He acudido, con la prudencia precisa en estos tiempos -y con mascarilla-, a todos los lugares que visité antes de todo esto. Pero nada. El pantalón no aparece. Me he dicho que insistir en su hallazgo es una estupidez, por mucho que apreciara a la prenda.
Hoy día todo está repleto de estupidez (y de estúpidos). Entendemos por estupidez lo propio de un necio, de alguien falto de inteligencia, de esas personas que se conforman con poco o nada, pero asienten sin pensar (ni manifestar intención de hacerlo) por nada. Creen en lo que ellos creen, y no contemplan más posibilidades que las propias, aquellas de las que están convencidos o engañados.
Para hablar con una persona debes conocer cuales son sus lecturas (de prensa o medios quiero decir, la ausencia de libros en este tiempo es un hecho real y verdadero). Dime qué medio ves o lees y te diré si eres o no eres un estúpido. Entablar ahora una conversación con alguien es un hallazgo mucho mayor que encontrar el preciado pantalón. Se pasa más tiempo en las redes sociales y en las pantallas que en cualquier otra cosa. Y digo tiempo de ocio, no de consulta. Y si esos dispositivos te acercan tan solo a aquello que quieres ver o leer, sin sentir la necesidad de información verdadera, de indagación, pues eso, estamos llenos de estúpidos.
Johann Paul Friedrich Richter, conocido como Jean Paul, escritor alemán nacido en el siglo XVIII, escribió la obra Elogio de la estupidez y otros textos sobre idiotas. En ella podemos leer unas perlas. En esta habla la estupidez: "Hago feliz al estúpido tanto por la cabeza como por el corazón. Cierto que no le ofrezco la sabiduría, pero sí la creencia de que la tiene en su poder. La falta de saber lo protege de todos los peligros que son la perdición, temporal o eterna, del pensador. No se aventura jamás en un mar de dudas para navegar hacia la tierra de la verdad; nunca lee más libros que los que alimentan su alma de esperanza y le adormecen el cuerpo. Por eso siempre está sereno, porque está demasiado ciego como para distinguir algo terrible; por eso se muestra siempre igual en sus opiniones, porque no conoce más que esas en las que cree".
"El orgullo le permite desempeñar el cargo que ha obtenido gracias a la estupidez", escribía Jean Paul. Intentamos vivir en una nube, lo que ocurre es que esa nube lo ha nublado todo.
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