Esta semana se ha reunido en Bruselas el Consejo de Ministros de Interior que abordaba, bajo la presidencia española, la reforma de la legislación en materia de asilo. Sabemos poco de estas reuniones de alto nivel, excepto un par de cosas: que los países europeos no se ponen de acuerdo en un asunto tan sensible y que los mensajes que se lanzan contribuyen a alimentar el discurso del miedo. Esta vez han sido las exigencias de Italia, que endurece posiciones pensando en clave nacional, las que han bloqueado el pacto, pero la realidad es que cada Estado tiene sus propias líneas rojas.

El nuevo Pacto migratorio europeo (en la práctica es imposible separar la migración y el asilo) lleva pendiente casi ocho años, desde que la crisis migratoria de 2015 hiciera saltar las costuras del modelo. Y aunque se pretende llegar a un consenso antes de las próximas elecciones europeas, hay poca esperanza de resolver las causas y las consecuencias del éxodo. Los obstáculos no provienen solo de las instituciones, sino del diagnóstico que estas establecen y los objetivos que persiguen. Las migraciones no se resuelven con planteamientos electorales o soberanistas, ni reduciéndolas a una cuestión de beneficios en el mercado laboral. El problema es de mucho mayor calado porque afecta directamente a la lógica del sistema.

Mientras, además de los muertos, aumentan las llamadas devoluciones en caliente en toda Europa. Hace solo unas semanas 168 migrantes fueron devueltos a Senegal por la Guardia Civil tras retenerlos durante días en el océano, usando una ficción jurídica de “no entrada” que se salta descaradamente la legislación internacional. Personas tratadas como fardos, vidas que no valen nada... Sólo caemos en la cuenta de su existencia cuando han dejado de existir y los números se vuelven incómodos.

Y entonces, ¿hacia dónde mirar? Treinta organizaciones civiles se han unido para reclamar que la hoja de ruta del nuevo Pacto esté orientada hacia los derechos humanos y que la Europa humanista y solidaria no se hunda en el olvido, como se hunden tantas personas en las aguas del Mediterráneo. En medio de estas negociaciones su voz se alza clara y rotunda, porque la parte decisiva de la batalla se libra en el relato: combaten los bulos que se cuelan, muy calculadamente, en el imaginario colectivo, y van más allá de cinismos y de fobias. Estemos atentos. Los ciudadanos somos ojos abiertos para ver y corazón educado para sentir. Solo ahí puede haber esperanza.

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