
El lado bueno
Ana Santos
¡Ojú qué caló!
La palabra energía se ha convertido en enormemente valiosa, todo lo que hacemos está impregnado de ella, ya sea la que emplea nuestro cuerpo o nuestro teléfono móvil. Vivimos, nos movemos y existimos gracias a ella. Creemos que es permanente, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, algo de lo que me voy a permitir disentir.
Tengo la sensación de que la energía cada vez se nos acaba antes y que estamos gastándola por encima de nuestras posibilidades. Antes los ritmos eran otros. Evito decir que eso nos hiciera más felices, aquel tiempo ya pasó y es fácil idealizarlo con conjeturas ocultas bajo sentimientos. Lo que sí digo es que la energía es hoy nuestra principal obsesión, porque sin ella somos incapaces de estar en este mundo. Se dispara el consumo de bebidas energéticas, que prometen aguantar mejor el ritmo, tenemos a disposición infinidad de baterías extra para que todo el aparataje que llevamos con nosotros siga conectado y disponible.
Se supone que tenemos la mayor potencia energética de la historia y, sin embargo, de pronto, un día todo el sistema se cae (con la inquietud aún hoy de no saber por qué) y todo se viene abajo. Y volvemos a apreciar las radios a pilas, el paseo y la conversación, el dejar de hacer cosas porque no están disponibles, y nos damos cuenta de lo frágil que es todo. Ni siquiera el disponer de placas solares lo evita, porque ese día muchos nos enteramos de que realmente nos hemos convertido en generadores de energía para las grandes eléctricas y no tenemos independencia para “desengancharnos” de la red.
Soy de los que piensan que un futuro de energía abundante, me da igual que sea renovable o no, haría que nuestro planeta terminara de colapsar, digo que me da igual que sea renovable o no, porque toda la vorágine de productos que consumimos se dispararía si la fuente de energía fuera ilimitada. Recuperemos el ritmo lento, el otro es agotador.
También te puede interesar
Lo último