Dicen los expertos que la edad de la indecisión puede encontrarse en el paso que existe entre la infancia y la adolescencia. A mi edad, que ni es infancia ni adolescencia, sigo habitando en ese tiempo en el que nadie puede estar seguro. Y menos en estos tiempos donde la información ha pasado a ser desinformación, donde la globalización ha generado localismos, donde todo el mundo posee un mínimo título que otorga derechos, al menos el título de "difamador en redes sociales", o "generadores de odio y de ira", o "imitador de Iván Redondo". Y es que eso de poseer un título es un atraso. Si se exige la obligatoriedad se disminuye el nivel. Y no olviden que toda obligación provoca fracasos. Como ocurre con Iván Redondo. Se empeñaron en la obligación y ahí lo tienen. La mayor pandemia que estamos pasando no se llama Covid-19, la mayor pandemia que sufrimos en estos tiempos se llama falta de educación y falta de cultura.

Después de ver lo visto, después de vivir lo vivido, después de leer a los clásicos, uno llega a la conclusión de que el presidente no es mi presidente. E Iván Redondo no es, ni será nunca, el asesor o mano derecha o chupacabras de alguien que no es mi presidente. Tengo derecho a elegir quién debe ser mi presidente, y de los candidatos que existen en este país puedo indicar que ninguno. Ya me gustaría que Merkel fuera mi presidente, porque en ella habita algo que escasea en España; hablo de la moderación y el conocimiento, que no es poco.

El presidente no es mi presidente. Ni tampoco lo son aquellos que lloran, aquellos que piden perdón, aquellos que se flagelan, ni siquiera aquellos que critican y difaman, ni los que alaban. Los irresponsables, asesorados por muchos Iván Redondo, han descubierto que llorar, pedir perdón, alabar, flagelarse o criticar y difamar puede ser rentabilizado, consigue darles resultado, un prurito de falsa grandeza. ¡Cuánto error existe en sus actuaciones!

Prefiero seguir en la edad de la indecisión. Los malos, aunque lloren o pidan perdón o alaben, seguirán siendo malos. El ego no vende. Lo que nos enseña la experiencia real es otra cosa, y somos conscientes de ello, aunque estemos tan cegados en admitirlo. Y esto es así porque a veces, o más de muchas veces, somos borregos, somos dependientes de una obligación que por nuestra naturaleza no nos corresponde.

Una vez dije que Rilke fue el único sacerdote del templo de la poesía, y el resto eran los acólitos. Es que la edad de la indecisión no la llevamos muy bien, nada bien.

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