Cambio de sentido
Carmen Camacho
Gorda
Tal y como recoge Julio Verne en su obra La isla misteriosa, publicada en 1874, un grupo de cinco náufragos de la Guerra de Secesión de los EE UU especulan sobre el futuro de su país. Un marinero llamado Pancroft le pregunta al ingeniero Ciro Smith qué se quemaría en su lugar si Norteamérica se quedara sin carbón, a lo que el ingeniero contestó: “El agua”.
“Sí, amigos míos, creo que algún día se empleará el agua como combustible. Que el hidrógeno y el oxígeno, de los que está formada, usados por separado o de forma conjunta, proporcionarán una fuente inagotable de luz y calor, de una intensidad de la que el carbón no es capaz... El agua será el carbón del futuro”.
A comienzos de nuestro siglo actual (2002) tuve la ocasión de leer la obra de Rifkin Jeremy La economía del hidrógeno, en la que explica cómo se han ido reemplazando las fuentes de energía en función a su mayor poder calorífico y el menor grado de carbono, y que denominamos descarbonización.
Al igual que la madera, el carbón vegetal (con 1.000 átomos de carbono y 100 átomos de hidrógeno) fue, durante toda la historia de la Humanidad, la única fuente de energía (unida a la que aportaba el ser humano, los animales, el viento, el agua...) hasta finales del siglo XVII. Y son las denominadas fuentes fósiles, o no renovables, las que fueron remplazando la madera y el carbón vegetal.
El descubrimiento y empleo del cok o carbón industrial (con 100 a 200 átomos de carbono y 100 átomos de hidrógeno), a finales del siglo XVIII (1787), lo convirtió en la fuente de energía del siglo XIX, por su más alto poder calorífico y por los menos efectos del carbono.
De igual forma, la aparición del petróleo (con 50 átomos de carbono y 100 átomos de hidrógeno), a finales del siglo XIX, lo convierte en la principal fuente de energía del siglo XX, a la que se suma en las últimas décadas –conocida desde siglos, pero que no se pudo aplicar por las dificultades que presentaba su transporte– el gas natural (con 25 átomos de carbono y 100 átomos de hidrógeno).
Sin embargo, aunque desplazándose entre ellas, precisamente por disponer de un poder calorífico mucho más alto, todas ellas forman parte de las denominadas energías no renovables, y con un denominador común: su potencial agotamiento a través del tiempo.
Bien es cierto que en la segunda parte del siglo XX, los países tratan de configurar el “mix de la energía” o la combinación de fuentes energéticas, con la aportación de la energía hidráulica, la solar, la de las mareas, el viento e incluso la energía nuclear.
La esperanza para el mundo será la revolución energética, cuando se pueda aplicar la fusión nuclear, en el que la energía se libera cuando los núcleos de los átomos se combinan o fusionan entre sí para formar un núcleo más grande, con una capacidad de crear energía muy superior, como cuatro veces más, que la fisión nuclear.
La preocupación, ante el alto y creciente grado de dependencia del petróleo, plantean retos.
Por una parte, la seguridad en los suministros. Dado que el crecimiento del consumo en el planeta es imparable, y que los yacimientos y las reservas están ubicados mayoritariamente en países con alto índice de conflictividad y las futuras extracciones, salvo escasas excepciones, serán más costosas.
Y por otra parte, la obtención de un mix viable para que a los países les sea posible, durante este periodo de transición, alcanzar un nivel de creación de riqueza y del empleo, que los expertos sitúan en unas cinco décadas.
La política marcada por los EE UU, y que ha seguido Europa, es mantener una línea de crecimiento económico con una reducción de la tasa de dependencia del petróleo. La tasa media de variación anual del consumo de petróleo en los EE UU se ha reducido muy considerablemente: entre 1945 y 1973 fue del 4,5, mientras que entre 1973 – 2006 se redujo al 0,5.
Por lo que, el problema de fondo es precisamente el periodo transitorio desde la actualidad hasta el momento que la humanidad pueda disponer de forma masiva de la nueva energía.
Es evidente que, en la medida que pase el tiempo, el petróleo marca un recalentamiento entre las potencias industriales y los países productores.
Resaltamos como una breve reseña, entre otros, los grandes conflictos en diferentes partes del mundo por el petróleo: en el año 1951, la frustrada nacionalización iraní con Mohammed Mossadep; en 1956, la crisis del canal de Suez; 1967, la guerra de los seis días; en 1971, el del predominio de los Estados Unidos en el mundo del petróleo; el 16 de octubre de 1973, la OPEC detuvo la producción de crudo y embargó los envíos de crudo hacia occidente especialmente a EE:UU y Países Bajos e Israel; 1978, la Revolución iraní, o revolución islámica, conocida como revolución de 1979; 1991, la Guerra del golfo; 2003, la guerra de Irak y Afganistán; 2011, la revolución de los países árabes del Norte de Mediterráneo (Túnez, Egipto, Libia, Yemen etc.); 2022, la invasión rusa sobre Ucrania; 2023, el conflicto de Oriente Medio (desde 1948).
Aunque, sin duda, el mundo entero desearía una transición suave y pacífica de las fuentes de energía. Por el contrario, es el propio juego de los intereses el que hasta el momento predomina y es evidente que en la medida que pase el tiempo o se adelanten los medios financieros para que avancen las investigaciones sobre las nuevas fuentes energéticas, o por el contrario, las turbulencias producidas por los poderes del juego de los intereses serán inevitables.
La guerra producida por la invasión de Rusia a los territorios de Ucrania en 2022 ha puesto en jaque a Occidente, de tal manera que se ha visto obligada a estudiar el alto grado de dependencia que tiene del suministro de gas ruso.
A finales de los años treinta del siglo XX, de la mano de Einstein, aparece y se desarrolla la energía nuclear, partiendo del uranio.
Los EE.UU. lleva décadas manteniendo la política económica de seguir avanzando en el campo industrial con menores tasas de consumo de petróleo. Algo semejante estamos comprobando en el consumo del sector de automóvil.
En la actualidad comprobamos por días la implatación de medidas para la eliminación de la dependencia al gas y al petróleo, e igualmente el desarrollo de planes para la implantación de las energías renovables.
Muchas son las alternativas de las fuentes de energías renovables que se vienen implantando especialmente durante el siglo XXI, como la fotovoltaica, solar, mareas, eólicas, etc.
Tuve ocasión de asistir recientemente a unos cursos de verano en la UNIA, sobre la tecnología del hidrógeno, dirigido por el Dr. J.M. Andújar, el que me permitió, a través de unos magníficos profesores, despertar unas claras nociones de esta fuente de energía.
El hidrógeno verde se consigue mediante un proceso de electrolisis partiendo de las energías renovables como la solar, la eólica, las mareas etc. La electrolisis parte de la corriente electricidad para descomponer mediante electrodos la molécula de agua en dos partes: oxígeno e hidrógeno.
Son las grandes empresas industriales las que han optado por la instalación en Huelva, al igual que en otras partes del mundo, de diversas plantas de hidrogeno verde y las de amoniaco verde.
Tanto por la calidad de la energía limpia que incorpora, como por la creación de riqueza que origina, como como la cantidad y cuantía de los puestos de trabajo que produce requieren un planteamiento especial, similar a cuando se realizó con el famoso Polo de Promoción Industrial de Huelva
Y como bien ha declarado la alcaldesa de Palos de la Frontera, Milagros Romero, para que se pueda seguir apostando por la creación de riqueza, a través de estas fuentes de energías, hay que terminar definitivamente con las obras de la presa de Alcolea y el túnel de San Silvestre. La provincia de Huelva no puede permitirse el lujo de seguir arrojando al mar, en épocas de lluvias, cantidades ingentes de agua.
Es inexplicable e insostenible que tengamos en alto riesgo al Condado, Doñana, y el futuro de las plantas de las nuevas fuentes de energía, por no terminar las obras de la presa de Alcolea y las del túnel de San Silvestre
También te puede interesar
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Gorda
La ciudad y los días
Carlos Colón
Regresó la idiotez del lunes azul
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Máquinas
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Bipartidismo averiado