¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Los domingos, escrita y dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, ha ganado la Concha de Oro del festival de San Sebastián y el centro –con el disco de Rosalía, que aún no he escuchado– del apasionado debate sobre si hay o no un renacer católico en la joven cultura española. Los domingos no es una película católica, sin que eso obste para que sea un testimonio de ese “¡Dios a la vista!” –como diría Ortega y Gasset– que estamos viviendo.
Trata de la vocación a monja de clausura de Ainara (Blanca Soroa), una joven bilbaína de nuestro tiempo. Enfoca el asunto con seriedad. Con humor ya lo había hecho la italiana Si Dios quiere… (Edoardo Falcone, 2015), en la que una familia está muy dispuesta a aceptar que su hijo salga –como sospechan– del armario. Pero cuando sale con que quiere ser sacerdote se oponen con todas sus fuerzas. Se les acabó la tolerancia.
Los domingos es muchísimo más seria, casi seca. Asombra lo abandonados por la cultura que estamos los católicos, porque, con un evidente síndrome de Estocolmo, hemos recibido esta película casi como un sacramental. No lo es.
El calculadísimo guión subraya sobre todo las carencias afectivas de la chica: huérfana de madre, con un padre sólo preocupado por los negocios y por rehacer su vida, sin una relación íntima con sus hermanas pequeñas, con una pandilla de amigos bastante estereotipada, etc. Ruiz de Azúa no da fotograma sin hilo; y la intención está clara. También se pinta al sacerdote joven algo amerengado. Las monjas resultan inusualmente secas. Aunque la cinta tiene su humor (inteligente), le falta alegría (interior). La directora ha querido ser aséptica y lo ha conseguido hasta extremos quirúrgicos.
Sin embargo, los cristianos no se equivocan saludando esta película con simpatía y esperanza. Basta la honestidad envasada al vacío de la directora y la belleza luminosa de Ainara para que la presencia de lo sobrenatural encuentre su hueco. La oración, incluso filmada desde tan lejos, se siente palpitar. La música, excelente por lo civil y por lo religioso, regala sus alas al espíritu. Dios, que está desde luego a la vista, se abre camino. La película no es católica, pero Ainara, sí; y con eso a Él le basta. Quizá ese sea el guiño inesperado del Espíritu: una sola vocación y su consiguiente “sí” pueden iluminar toda una sala.
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