políticamente incorrecto

Francisco Revuelta /

Ser diferente es indecente

23 de marzo 2011 - 01:00

DURANTE los años cincuenta del pasado siglo, en la sociedad norteamericana, había una frase que se solía decir ante las desviaciones de las normas establecidas: "ser diferente es indecente". Posiblemente, hoy llame la atención una afirmación de esas características, pero para comprenderla hay que contextualizarla en aquel país dentro una época posbélica, de creciente bienestar y progreso económico, aunque se hubiera instalado lo que se denominó guerra fría entre EEUU y la antigua URSS. Era una llamada al orden para evitar la discrepancia y crear un sentir general contrario a la disidencia. Hasta cierto modo, desde una perspectiva conservadora era una postura comprensible: si las cosas iban bien para qué cambiar. Pero el paso del tiempo demostró que lo que subyacía a tal declaración así como la asunción de que todo funcionaba como debía era falso. Por un lado, la diferencia de criterio, de perspectivas, de creencias o de presupuestos no sólo existe, lo que conlleva el que haya que aceptarla de acuerdo con unos principios mínimos de convivencia, sino que en más de una ocasión procede fomentarla; incluso, a veces, es totalmente necesaria. Sin embargo, la historia nos ha dejado innumerables ejemplos de la continua tentación del poder por acallar las voces críticas; pero felizmente, también, de gente valiente y atrevida capaces de desafiar al poder establecido, tragándose su propio miedo o haciéndolo compañero de viaje pero, eso sí, sin alterar el rumbo decidido. Ahora bien, no todas las épocas son iguales para esa clase de personas. Las hay en las que no son ni uno ni dos sino un buen y nutrido grupo, pero se dan otras en las que lo que impera es el adocenamiento, el servilismo y la callada por respuesta como forma habitual de funcionar ante cualquier actuación proveniente del poder establecido, sea político, económico o cualquier otro. Pero, ¿por qué? ¿Por temor, interés o por falta de principios o valores?

Vivimos en una etapa que pertenece a la última de las mencionadas, en la que, salvo honrosas excepciones, se intenta no molestar, no hacerse notar, no vaya a ser que nos señalen y alguna maldición nos caiga. Sería lo esperable que cuando se atraviesa por un periodo de crisis importante, desde la sociedad civil, la no perteneciente ni a gobiernos ni a partidos, hubiera un mayor activismo de opinión pública para denunciar, reprochar, censurar o, incluso, alabar en dirección a todos los niveles, desde el local al internacional, porque aquí no se salva ni Dios. Nos meten en una guerra y ni se debate ni nada, la economía no remonta ni en España ni en Andalucía y se aguanta y tenemos un alcalde que cada vez nos llena más la ciudad de símbolos, monumentos y nombres religiosos y todos calladitos. Menos mal que no hay mal que cien años dure.

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