¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
El otro día soñé con Óscar Puente. Palabrita. Coincidíamos en una comunión y, aunque al principio me costó (porque un ministro, incluso en una comunión, impone), al final me lancé a saludarle. Me reconoció de cuando lo de Mi villano favorito y terminamos hablando toda la tarde de lo divino y de lo humano: del AVE, claro, que andan con un buen follón en su ciudad al respecto, pero también de política y hasta de fútbol. Salió el tema del Recre y de allí nos fuimos al Pucela y entonces fue cuando me lo quise llevar a El Rompido para que viera in situ, porque no se lo creía, el reloj con el escudo del Real Valladolid que mi padre colgó hace un montón de años en la cocina de casa.
Y ahí estábamos, todos subidos en el coche (la mujer, los niños, Óscar Puente y un servidor), tan tranquilos escuchando un dueto de Bad Bunny y Karol G, cuando el tráfico se detuvo. Al hombre al principio le dio ansiedad por eso de verse ahí atrapado en el Puente, tan alto y rodeado de tanta agua y con todas las cosas que tiene que hacer un ministro aparte de tuitear, pero poco a poco se fue calmando, supongo que también de vernos a nosotros -la costumbre- tan tranquilos en medio de todo aquello. Ya luego le fui explicando que esto pasa mucho y que basta un pinchazo para que se monte un atasco monumental, y que lo jodido de verdad era en verano, y él se excusaba, con razón, en que como era cosa de la Junta no podía decirle nada a nadie, pero que tomaba nota, supongo yo que para dar caña al PP cuando se terciara.
Aproveché que había salido el asunto del verano para desahogarme con lo de los conos de la A-49, que el hombre no tenía ni idea por lo visto, y como en eso tuvo que tragar, porque sí es cosa suya, prometió enterarse y arreglarlo. Justo cuando alcanzamos el final del puente, a Puente le entró la prisa y me pidió que nos volviéramos, no fuera a perder el tren, decía la criatura, como si alguna vez hubiera salido a su hora. Para evitar otro atasco, decidí seguir hasta Aljaraque y coger la nacional, pero como estaba llena de baches, en una de esas la rueda trasera izquierda me pegó un reventón y tuvimos que parar otro rato. Mientras poníamos la rueda mini, entre jiji y jaja le fui informando de lo de las dos nacionales de aquí y su problema con los agujeros, para que las apuntara también en sus notas.
No acabó el sueño, o no recuerdo si lo hizo ni cómo, aunque imagino que terminaría con un apretón de manos y un hasta otra. Lo que sí sé es que esa mañana me desperté con un sabor agridulce en la boca y con la extraña certeza de que a todos nos iría mucho mejor si los políticos dejaran de hacer tantísimo ruido y se pararan de vez en cuando a escuchar a los demás. A prestar un poco más de atención no a los que gritan, sino a nosotros, a los demás. A la gente corriente.
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