Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
La semana pasada la España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María ha vivido escandalizada, se ha rasgado las vestiduras por la audiencia que el Papa Francisco ha concedido a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, militante comunista confesa. Una dirigente del PP madrileño calificó en un tuits de cumbre comunista el encuentro. La derecha española sigue anclada en una religiosidad tradicional, centrada en la imaginería, en el folklore semanasantero y rociero que poco tiene que ver con la fe en el Dios de Jesús. Tanto es así que cuando la fe cristiana tiene que ver con el compromiso con los más desfavorecidos se convierte en comunismo.
El tardofranquismo acuñó el término de cura rojo para designar a aquellos sacerdotes que andaban comprometidos con el mundo obrero perseguido y represaliado. Eran los curas comunistas. Ahora el comunista es el Papa Francisco. La derecha y la extrema derecha, jaleados por algunos obispos, no ven con buenos ojos que el Pontífice critique el sistema capitalista por inhumano, exija que la persona sea el centro de la actividad política y económica, alerte sobre la destrucción de la casa común que es el planeta o condene las políticas migratorias que causan muerte y sufrimiento. Este Catolicismo rancio y ultramontano quisiera volver a Trento, quedarse en la liturgia de las procesiones y las vírgenes, volver a las misas en latín y a las santas cruzadas contra la masonería y el comunismo. Ellos siguen, como sus padres, peleando por Dios, por la Patria y el Rey. En su miopía intelectual ven la mano del anticristo hasta en la iluminación navideña de algunas ciudades como Granada.
Con este panorama lo normal es que Francisco encuentre en Yolanda Díaz una interlocutora ideal para hablar de justicia social, para buscar soluciones humanas a la inmigración, al trabajo precario, al cambio climático, a la pobreza cronificada, a las injusticias causadas por un sistema económico egoísta que sólo tiene en cuenta los beneficios económicos. El mundo se basa en la desigualdad, nada tiene que ver con el evangelio, ni con la caridad bien entendida, ni con la fraternidad. Y bueno sería que los católicos entendieran que el compromiso con los excluidos es una opción preferencial del Evangelio. Bendito sea el Papa comunista y bendita la ministra. Ojalá logren que lo inhumano de este mundo se convierta en fraterno y solidario, como Dios manda.
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